Chicago nos sorprende a primera vista. Al salir del aeropuerto de O’Hare y encaminarse hacia el centro de la “ciudad de los vientos”, un Chicago de verticalidad imponente aparece rompiendo con la horizontalidad de ese territorio llano que se puede distinguir desde el avión pocos minutos antes de aterrizar y que parece infinito –verticalidad que nunca hubiera imaginado Jean Baptiste Point du Sable, originario del Dajabón de la colonia de Saint Domingue y considerado fundador de la ciudad de Chicago–.
El impresionante perfil urbano de Chicago se compone de piezas arquitectónicas memorables que no dejan oportunidad al arquitecto para quedarse refugiado en las salas de maravillosos “design hotels” como, por ejemplo, el Public Chicago. La reconstrucción de la ciudad luego del gran incendio de 1871 marca el inicio de la era de los rascacielos, en la que Chicago funciona como laboratorio con las que hoy se consideran las mejores piezas de la arquitectura internacional y moderna.
El impresionante perfil urbano de Chicago se compone de piezas arquitectónicas memorables que no dejan oportunidad al arquitecto para quedarse refugiado en las salas de maravillosos “design hotels” como, por ejemplo, el Public Chicago. La reconstrucción de la ciudad luego del gran incendio de 1871 marca el inicio de la era de los rascacielos, en la que Chicago funciona como laboratorio con las que hoy se consideran las mejores piezas de la arquitectura internacional y moderna.
Al caminar por las calles de Chicago notamos que la ciudad no tiene solamente rascacielos famosos. Si bien es un deleite recorrer calles como La Salle o el Jackson Boulevard y disfrutar de los detalles arquitectónicos de los vestíbulos (lobbies) a los que decidamos entrar hasta encontrarnos con el Chicago Board of Trade (que suele aparecer en películas como símbolo de la ciudad), Chicago nos brinda la experiencia de encontrar espacios públicos que se relacionan de manera armónica con los rascacielos que los contienen; por ejemplo, las plazas que tienen las esculturas de Picasso y de Calder.
Si tomamos la avenida Michigan, famosa por sus comercios de alto nivel, tiendas por departamentos, restaurantes y otros lugares de lujo, llegamos hasta la zona del Magnificent Mile, que en su encuentro con el Chicago Riverwalk se transforma en una gran plaza contenida por grandes obras arquitectónicas de los estilos art decó, neogótico, barroco, moderno y contemporáneo, obras donde según algunos la única competencia justa es una Marilyn Monroe literalmente escultural que deja volar la falda según los caprichos de los vientos de la ciudad.
Desde el Chicago Riverwalk podemos tomar el famoso crucero arquitectónico que nos ofrece datos históricos de edificios como el Wrigley Building (Graham, Anderson, Probst & White), Marina Towers (B. Goldberg), Chicago Tribune (Howels y Wood) y Trump Tower (MOS), mientras desde una perspectiva diferente vemos las fachadas de cristal que reflejan las fachadas y balcones vecinos y crean un arte abstracto interesantísimo. Para los que prefieren permanecer en tierra, el seguir recorriendo la zona sur de la avenida Michigan los llevará hasta el Millenium Park, parque de escala urbana lleno de estampas poéticas como The Bean (Anish Kapoor), que refleja las nubes, y curveando los edificios de la ciudad, la Crown Fountain (Jaume Plensa), oda a los ciudadanos de Chicago a los cuales les resulta imposible no devolver la sonrisa cuando se proyecta la de alguno de ellos en los cubos de la fuente, o el Jay Pritzker Concert Pavillion (Frank Gehry), con su alfombra verde contenida por la retícula de metal.