Los establecimientos comerciales de Santo Domingo solían estar esparcidos por la ciudad; hoy día, se concentran en grandes espacios cuidadosamente articulados donde se realizan todo tipo de actividades para atraer al público, que se convierten en espacios de interacción social. Aunque están dirigidos al consumo, estos centros surgen como nuevos fenómenos urbanos que nos llaman a reflexionar sobre el espacio público, sobre las intervenciones recientes realizadas en Santo Domingo y sobre la forma de mejorar los futuros proyectos para dotarlos de más calidad.
Recientemente hemos visto la aparición de centros comerciales de gran formato que han cubierto la ciudad de Santo Domingo. Poco a poco, esta tipología de gran escala ha trascendido su función comercial y se ha convertido en un espacio de interacción social y urbana para miles de ciudadanos de diversos estratos sociales. Tradicionalmente, estos comercios se ubicaban en el centro de la ciudad, pero ahora, con la expansión demográfica y la masificación del comercio, se han ubicado en otros lugares incluyendo zonas periféricas de la ciudad, no solo en Santo Domingo sino también en otras ciudades del país. Así pues, esta tipología comercial se convierte en equipamiento urbano para la ciudad dominicana, la cual, por lo general, posee una estructura urbana precaria, un espacio urbano difuso sobre un territorio desorganizado y de poca gestión urbana.
Últimamente, estos grandes centros comerciales han cambiado su estrategia de mercadeo y ofrecen infinidad de actividades para atraer al público. Dentro de sus pasillos y áreas comunes se desarrollan exposiciones de arte, clases de ejercicios, charlas, conciertos, caminatas, etcétera, en su mayor parte orientadas a la familia y sobre todo a los niños, con el objetivo de atraer grandes cantidades de público y teniendo como fin último inducir al consumo.
Todas estas actividades que se llevan a cabo en estos centros comerciales se desarrollan dentro de un ambiente físico ficticio, cuidadosamente articulado, controlado y seguro, como si fuera una burbuja. Aquí se planifica estratégicamente la mezcla de comercios y su localización de acuerdo con el segmento de mercado al que se quiere llegar. Locales de comida variada junto con áreas de juego para niños y otras atracciones para todas las edades, como salas de cine, son parte de la diversificación de la oferta. Incluso se añaden locales comerciales de servicios varios como farmacias, supermercados, bancos, lavanderías, salones de belleza y otros que complementan la oferta del centro. Este tipo de conjunción de servicios, comercio y entretenimiento resulta bastante atractivo para el ciudadano, ya que le permite satisfacer múltiples necesidades en un solo lugar; esto, además, logra atraer un mayor flujo de público al centro comercial. Por otra parte, estos lugares son un laboratorio permanente donde se toman datos para estadísticas, se estudian los recorridos y los patrones de comportamiento de los clientes para hacer los ajustes necesarios en el ambiente, siempre orientado a mejorar la rentabilidad.
Todo esto ha creado un fenómeno urbano que, aunque no es nuevo para nuestra sociedad, ahora se ha masificado y tecnificado, llegando a un nivel no visto anteriormente. Estos espacios comerciales, si bien emulan el espacio público, siguen siendo locales privados de acceso público y controlado, dirigidos al consumo.
Nosotros, los arquitectos urbanistas, así como las autoridades municipales, debemos aprender de este tipo de intervenciones comerciales del sector privado para hacer un espacio público exitoso que vaya más allá de lo físico y entender que lograr un espacio público de calidad va a ser muy difícil si no se crean y atienden las condiciones económicas, inmobiliarias y sociales, y se aborda el problema urbano en toda la dimensión de su complejidad. En este sentido, las reglamentaciones urbanas del sector público deben ser herramientas que incentiven estos procesos de desarrollo urbano y ayuden a gestionar el territorio.