Con más de medio siglo de historia, el Concurso de Arte Eduardo León Jimenes ha tenido una importante incidencia en los procesos de creación del arte dominicano, y al mismo tiempo es uno de los más prestigiosos concursos de América Latina. La pasada edición introdujo novedades al formato que se aplica desde el 2010. Los resultados, que los críticos enmarcan en el llamado arte contemporáneo extremo o arte de ahora, han despertado pasiones.
Desde 1964, año en que se realizó el primer Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, el concurso ha evolucionado en función de las transformaciones y dinámicas del campo del arte. En el 2010, el concurso incluyó cambios sustanciales de formato, como fueron: propiciar la participación de los artistas a través de dosieres que contuvieran propuestas de obras terminadas y proyectos por ejecutar, convocar la participación en todos los géneros contemporáneos, dar cabida al seguimiento curatorial de los proyectos seleccionados, otorgar tres premios igualitarios y distinciones especiales sin tomar en cuenta los géneros.
La versión 26 del Concurso de Arte Eduardo León Jimenes tuvo algunas novedades. Estas novedades consistieron en invitar a un artista caribeño, el bahameño Blue Curry, quién presentó una obra en la víspera de la apertura de la exposición de las obras seleccionadas; habilitar un programa para promover la investigación de las artes visuales en el país; apoyar, dentro del marco del concurso, la formación de curadores emergentes; y, por último, llevar el arte a espacios públicos de la ciudad de Santiago de los Caballeros. Otra novedad fue que el proceso de inscripción fue totalmente digital.
El jurado estuvo compuesto por: Alanna Lockward, curadora, escritora e investigadora dominicana; Guadalupe Álvarez, curadora, investigadora, crítica de arte y docente cubana, radicada en Ecuador; y José Roca, curador colombiano. Fueron seleccionados 18 artistas individuales y 2 colectivos (entre 171 artistas individuales y 11 colectivos). El Concurso tuvo cuatro curadores, Sara Hermann y Joel Butler (institucionales) y Yina Jiménez y Laura Bisonó, egresadas del programa Curando Caribe. En la dimensión crítica e investigación se integraron Luis Graham Castillo y Leandro Sánchez, también del programa Curando Caribe. Las bases separaron la apertura de la exposición y la premiación; entre ambas fechas se desarrolló un intenso programa de animación sociocultural.
Crónica del concurso
Danilo de los Santos
La celebración del 26 Concurso de Arte Eduardo León Jimenes ha ofrecido abundancia, aciertos, calidades, novedades, reacciones opuestas y una relativa superación de las tres ediciones precedentes, en las que se postularon argumentos tales como: un concurso con vocación del presente y del futuro, la formación como prioridad, las travesías redefinen todas las representaciones mentales, la construcción de significados colectivos para poder repensar nuestro país desde el arte. Estos y otros argumentos plantearon “las potencialidades del arte dominicano contemporáneo”, más bien “extremo” arte de ahora (art now). El aumento de la selección a 22 participantes (en el 2010 y 2012 fueron diez, y catorce en el 2014) en el reciente concurso no solo denotó abundancia numérica, sino también pluridisciplinaria, aunque fue criminalizada la pintura y casi el dibujo. Esa exclusión curatorial imperdonable recibió el paliativo gerencial de murales públicos a cargo del artista Poteleche y de los colectivos Mediopeso y Modafoca. Estas obras pictóricas resultaron de hechura libre y sin el acompañamiento curatorial, intervencionista y retroalimentador, del cuarteto de los tres jurados y de la asesora de la institución, participantes del proyecto Curando Caribe.
Además del acierto numérico de los seleccionados, el montaje museográfico es aceptable, (pese a las desproporciones), igual que la novedad de los desplegables cuadernillos informativos bilingües para el público, que debieron incluir las sustentaciones de los artistas, además de las opiniones curatoriales. El Diario del Concurso –publicado como suplemento en los periódicos nacionales– fue otro documento masivo que redimensionó el concurso: un copioso suplemento donde no faltaron las informaciones de toda índole: educativas, estadísticas, históricas, programáticas, puntuales, un documento implícitamente revelador del histórico y trascendente mecenazgo de la familia fundadora del Centro León y de un concurso que cuenta ya con medio siglo en escena en una república de color caribeño y desde un Santiago primigenio de América.
¿Los resultados electorales del 26 Concurso de Arte León Jimenes? Del corpus de veinte artistas, el laudo de premiación otorgó los tres principales galardones a Ernesto Rodríguez, Carlos de León y Karol Starocenan, con fondos monetarios. Tres menciones que prefiero llamar del deshonor correspondieron a Andrea Ottenwalder, Elvin Díaz y Mencía Zagarella.
Lamedoras de diamantes, de Ernesto Rodríguez, es al mismo tiempo suma escultórica, instalación, video y ludismo poético de un artista ejercitado, maduro y reflexivo, que nos acostumbra a una permanente carga de humor discursivo y espontáneo. Es como su abierta sonrisa, o carcajadas. La obra se impuso pese a la carencia de iluminación pertinente y a su ubicación en una espacialidad abiertísima.
The Big Vaina, de Karol Starocean, una “vainera [no fatua, ni presumida] no despreciable”, pese a no ser autora con currículo, premiada por una carga de proyección con disparos gráficos, de historietas ilustradas, resueltas en hojas iconografiadas y cuadernos ante los cuales no se puede decir que su obra sea inclasificable, puesto que el intervencionismo curatorial la convirtió posiblemente en instalación.
El que puede, puede, de Carlos de León, es sobre todo video dual más que una instalación, además, sugerida por las pantallas y la vidriera que exhibe los deshechos vuittonianos de una prenda de marca (Louis Vuitton). Esta vidriera no hacía falta, a no ser que se incluyeran residuos comestibles. No hay que hacer gran esfuerzo para apreciar en las proyecciones las desigualdades de consumo de las clases sociales.
Percibimos las menciones que les fueron otorgadas a Elvin Díaz, Andrea Ottenwalder y Mencía Zagarella como panacea fluctuante entre la consolación y la desconsolación, pero tenían que otorgarse entre los límites de tres.
Truismos del 1988, de Mencia Zagarella, es una obra conceptual de impresas páginas, que poco importa que sea en la República Dominicana, “el transparente del legado discursivo de Jenny Holzer”, artista estadounidense que después de ser pintura abstracta se volvió textualista de ideas. No sabemos si los “truismos” o fraseologías se museografiaron o no de acuerdo con el criterio de la autora, empero, obligaron a la lectura señalada como instalación en diversos puntos del Centro León y a la provocación de arrancar los pliegos como arte efímero del comportamiento del público.
Sin título es el calificativo que Andrea Ottenwalder le otorga a su obra –de composición arquitectónica extraordinaria–, doble narrativa alusiva a facturación aérea, precisa en su dibujo, composición y colores contrastantes. Se trata de un biombo de extracción oriental intimista y paisajística que alude a “El Banco”, “La Potencia”, un “Oasis”, prototipo de moteles dominicanos para hacer el amor clandestino, furtivo y secreto en apariencia. En su cara principal es compactado como un hábitat suburbano, y en la cara posterior se manifiesta el intimismo y la sexualidad narrativa con ingenuidad y calidad. Es una pieza exquisita, paródica, real, maravillosa, digna de una colección museística.
Placenta, de Elvin Díaz, tiene una narrativa que vincula la cinematografía, el performance y la instalación de un video e inflado globo de exhibición. Esta gran vejiga blanquísima constituye un hábitat paródico y riesgoso del artista dominicano y su par el haitiano, los cuales penetran al mismo, en tanto un tercero infla el globo con una bomba de aire. La frontera interinsular de Juana Méndez aglomera a una muchedumbre hasta el correlativo instalado fino. El recurso del dron permite una visión aérea de cercanos protagonismos, de movimiento e impecable colorido fílmico, y nos permite considerar la maestra obra de acción plástica.
Aislamiento y falto, de Norian Cruz, es una cuarta serie de obras fotográficas merecedora de premio, lamentablemente no mencionada en el laudo de premiación del jurado. ¿Falta grave? ¿No fue premio del concurso y selección curatorial? Se trata de dos series que acaparan la atención. De acuerdo con la opinión curatorial, una “serie muestra la condición de aislamiento en diferentes grados”, la otra ofrece “un puente entre fotografía, pintura y cine, aludiendo a la capacidad de la imagen para expresar la subjetividad contemporánea”. Este premio especial que consistió en una residencia artística nos mueve a aplaudir al museo Memorial ACTe de Guadalupe, junto con la región francesa de Guadalupe y la Embajada de Francia en nuestro país.
Como en todos los certámenes competitivos e igualmente en la lotería, los premios cayeron en pocos agraciados, pero retenemos los nombres de otros creadores que estuvieron en el globo de un discurso general de “Art Now” o extrema contemporaneidad.
Testimonio:
Joel Butler (curador y encargado de Artes Visuales del Centro León)
Durante el acompañamiento curatorial para la producción de las obras seleccionadas en el 26 Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, mi base de trabajo fue cuestionar todo: los conceptos, las técnicas y las decisiones que tomaban los artistas en su proceso de producción. Cada artista y cada proyecto tienen necesidades particulares. Cuestionar las razones por las que se ha tomado cierto camino en la producción mantiene la apertura a seguir explorando hasta estar tan seguros como se pueda del resultado final. Ninguna idea se consideró demasiado descabellada como para no ponerla a prueba, después de todo, podría aportar una solución mejor y más atinada. Sin embargo, en todo este proceso se trató de que cada artista tomara sus propias decisiones. Por ser obras para concurso, era primordial que cada participante tuviese claro que las decisiones sobre la obra debían ser estrictamente suyas. Personalmente, esta experiencia fue un profundo aprendizaje. Aprendí de los artistas, de la mano de Sara Hermann y de mis compañeras curadoras.
Testimonio:
Guadalupe Casasnovas (artista seleccionada)
La experiencia es extraordinaria: la organización, el respeto al artista y sus obras, el trato amable y profesional de los empleados del Centro León y de la Fundación Eduardo León Jimenes es incomparable frente a cualquier otra experiencia nacional o internacional que haya tenido. El aporte financiero elimina una preocupación y podemos concentrarnos en la ejecución y presentación final de las obras seleccionadas. También, después de intercambios de opiniones con el curador, se pueden variar las dimensiones, los materiales o los procesos de ejecución de las obras; participar del montaje permite opinar sobre cómo se inserta la obra en el espacio expositivo antes de la inauguración al público, se sugieren cambios en la iluminación y distancias entre las obras, entre otros aspectos. Las preguntas, opiniones y reflexiones que surgieron durante el contacto con el público despertaron nuevas inquietudes sobre la dirección de mis trabajos. El arte contemporáneo necesita y se nutre de ese intercambio con el público, especializado o no, y con los demás artistas visuales.
…lo priorizado en este caso no es el “objeto de arte” sino las [dizque] experiencias que suscitaron las propuestas…
Tercera versión del nuevo esquema de un concurso… como los tiempos
Myrna Guerrero Villalona, historiadora y crítica de arte, directora del Museo Bellapart de Santo Domingo, miembro de ADCA y AICA
El emblemático concurso de Arte Eduardo León Jimenes entra de lleno en la segunda mitad de la segunda década del siglo XXI con unas propuestas que nos ofrecen lo que denomino un cóctel sinsabor, un todo conformado por múltiples ingredientes que en su interacción producen cierto desconcierto, descalabro, tormento, disgusto, un conjunto de obras que refleja lo que el historiador de arte Danilo de los Santos llama “arte de ahora” –arte que sobrepasa al arte contemporáneo, cuestionador, provocador, irónico, reflexivo– y se presenta como arte líquido para los tiempos de la modernidad líquida, donde se difuminan los objetivos y las metas, donde la fugacidad es cualidad inexorable y los significados son desplazados a favor de las “tendencias” de la moda y la novedad, arte que desprecia la historia y se pretende sin memoria.
Esta versión del mencionado concurso manifiesta también la apoteosis de lo que llamo el curartista, esa figura que quiere imponerse en los concursos de arte y que no es más que el curador que manipula al artista participante, coarta su libertad y toma decisiones que intervienen en la obra. En consecuencia, no estamos seguros de que lo que se nos presenta sean obras de los artistas que fueron seleccionados previamente o resultados híbridos de lo que los curartistas consideraron que debían hacer esos artistas; obras amorfas, en algunos casos con altos niveles estéticos –apariencia, presentación, montaje–, la mayoría de ellas con minúsculo contenido.
Un único jurado estuvo a cargo de la selección, acompañamiento y premiación de propuestas y obras. Apreciamos una selección que quiso aparentar apertura a la diversidad en cuanto a edad, formación y apellidos, así como en cuanto a presencia de los participantes en el quehacer artístico dominicano. Por un lado, se encuentran artistas como D. Santos y J. M. Díaz Reynoso, junto con artistas de trayectoria en el arte contemporáneo (R. Paiewonsky, Quisqueya Henríquez, Ernesto Rodríguez, F. Ortiz, G. Casasnovas, E. Díaz, J. A. Zapata, N. Ortega, Karmadavis, M. Sánchez). Por otro lado, un grupo de artistas emergentes (C. de León, Gina Goico, J. María, G. Heinsen, T. Fernández y W. P. Espinal) y, por último, apuestas ¿a futuro? (N. Cruz, K. Starocean, A. Ottenwalder, M. Zagarella). Finalmente, la premiación se inclinó por la última categoría, con dos excepciones, Ernesto Rodríguez y Carlos de León, ambos galardonados en versiones anteriores de este certamen, Rodríguez con Mantenga fuera del alcance de los niños en 1998 y De León hace cuatro años con Te amo.
Los logros que se muestran proponen una validación cuantitativa: el número de horas invertidas por los curartistas y los seleccionados para discutir el proyecto, el tiempo de realización, la cantidad de dinero invertida en cada obra, el presupuesto del concurso y su promoción. Estamos ante un arte-proceso cuyos productos son secundarios, líquidos, difusos y, tal vez en contra de sus propios principios, de banal novedad. Percibimos que lo priorizado en este caso no es el “objeto de arte” –categoría ya desplazada– sino las experiencias que suscitaron las propuestas presentadas. Poco importa que los vídeos sean intrascendentes, que los dibujos de K. Starocean estén muy lejos de provocar como lo hicieron los dibujos de Raúl Recio en los años noventa, o que los textos de los poetas callejeros superen con creces a los de M. Zagarella. Tampoco es relevante que las obras de Q. Henríquez, N. Ortega y Fausto Ortiz no manifiesten avances significativos de sus discursos precedentes, o que el álbum de G. Casasnovas se diluya por una presentación inadecuada. Necesario es destacar la belleza de los vídeos producidos para R. Paiewonsky y E. Díaz, este último, autor de la propuesta más conmovedora del conjunto. Son los nuevos tiempos, todo es frágil, volátil y confuso.
Podemos estar o no de acuerdo con los resultados, pero la realidad es que el 26 Concurso de Arte Eduardo León Jimenes corresponde a los tiempos de hoy –civilización del espectáculo–, en los que muchas veces hasta la trasgresión es parte de un guion. Y concluimos citando a Zygmunt Bauman: “Nada de lo puesto y visto en ese escenario está pensado para durar o para importunar y molestar cuando ya se haya acabado su tiempo: la precariedad y la fugacidad son la esencia del juego. Suceda lo que suceda, solo puede ser portador de tanto significado como su propia y minúscula capacidad le permita abarcar y retener” (Z. Bauman, Mundo consumo: Ética del individuo en la aldea global, 2008, tercera edición en castellano, 2015, pág. 313).