Prats Ventós: pensamiento vivo de un escultor esencial

A cien años del nacimiento de Antonio Prats Ventós (1924–1999), maestro de la escultura dominicana, recuperamos esta entrevista publicada originalmente en la edición 13 de Arquitexto (marzo de 1996). Con su tono íntimo y reflexivo, esta conversación revela aspectos esenciales de su pensamiento artístico, su profunda conexión con la cultura dominicana y su visión sobre el arte, la docencia y la espiritualidad. Hoy, su legado permanece vivo en muchas obras y en el testimonio de quienes lo conocieron y aprendieron de él.


8 preguntas al maestro Prats Ventós

Artista nacido en España y nacionalizado dominicano, Prats Ventós es un distinguido representante de nuestra escuela escultórica. Como escultor, profesor universitario y poeta ocasional, tuvo una intensa participación en el desarrollo de la vida artística dominicana durante más de 30 años. El carácter monumental de sus obras y el sorprendente aprovechamiento de los materiales hablan de su maestría. Su aporte más significativo tiene que ver con el desarrollo de la abstracción y su reorientación hacia una obra figurativa.


G. C. ¿Usted ha recibido influencias de alguien o de alguna corriente artística?

P. V. Crecí en un medio artístico: mi abuelo, mi padre y mi tío eran escultores, y mi madre, pintora. Tuve grandes experiencias y aprendizajes con artistas amigos de la familia. Aunque recibí clases en Bellas Artes, nunca llegué a graduarme. Recuerdo como maestros a José Gausachs y Manuel Pascual.

No recibí influencias de nadie y no quiero que me incluyan en ningún ismo. Considero el ismo una solución. “Cuando el arte se convierte en estilo, deja de ser arte y es estilo”. Trato de responder a mis sentimientos en el medio en que vivo. La temática es consecuencia de mis emociones en un momento determinado.

Realicé El Bosque hace 25 años porque decía que, en el futuro, la gente tendría que visitar los museos para saber cómo era un bosque. Pinto y pinté ángeles como protesta contra la cultura satánica del ghetto. Considero que hay una confusión entre el arte de origen africano —que es parte de nuestra cultura— y esa cultura satánica.

G. C. Entre 1968 y 1970 usted realizó ocho esculturas monumentales de figuras mitológicas griegas, ubicadas en el Palacio de Bellas Artes. ¿Quién le encargó esas esculturas? ¿Quién decidió quitarlas y por qué no fueron reubicadas?

P. V. Esas esculturas fueron encargadas por el presidente Joaquín Balaguer. Las quitaron porque alguien, por ganarse una comisión, decidió sustituirlas por unas copias italianas. Fue uno de los primeros intentos de corrupción que hubo en la República Dominicana.

Tuve una experiencia que pocos artistas han tenido: ver a todo un pueblo respaldar su obra hasta con piedras en la mano. Me dije entonces que podía morir feliz. Los dominicanos pidieron la reubicación de las estatuas y yo mismo intenté recuperarlas, pero ya era tarde.

Lo que quedó tras arrancarlas de sus pedestales —aún muy bello— fue destruido en un almacén de Obras Públicas para utilizar las varillas. Fue un escándalo: titulares en los periódicos, editoriales, y la renuncia del ministro de Educación, Horacio Vicioso, por no ser cómplice. Fue una experiencia que ahora recuerdo con tristeza y dolor.

G. C. ¿Qué opina del desplazamiento de dos de sus principales esculturas religiosas a lugares menos relevantes? Me refiero al Cristo Resucitado de la Parroquia San Judas Tadeo y al Cristo de la Parroquia Santísima Trinidad.

P. V. El traslado del Cristo Resucitado dependió del gusto estético del superior, quien decidió poner en su lugar tres lienzos que parecen postalitas de primera comunión… La excusa fue que encontraron la escultura “demasiado hombre”.

Del Cristo Crucificado abstracto de la Santísima Trinidad tengo una anécdota: Monseñor Polanco Brito asistió a la inauguración, y cuando le pregunté su opinión, me dijo que le gustaba mucho, pero que había una cosa que no le agradaba: que no le puse cara. Levanté los brazos y le dije: “¡Aleluya! ¡Por fin alguien me va a decir cómo era la cara de Cristo!”.

G. C. Usted ha realizado numerosas esculturas de tema religioso (el pesebre para la Catedral Primada, ángeles, madonas, Vírgenes de la Altagracia…). ¿Se considera un hombre religioso?

P. V. He trabajado muchos temas religiosos, pero no soy un hombre religioso. Soy un hombre de mucha fe, que es muy distinto. Hice el pesebre, que es una colección, y siempre estoy haciendo alguna versión de la Virgen de la Altagracia. Tenemos una gran amistad, la Virgen y yo.

G. C. ¿Qué opina de que se le clasifique como “escultor de carácter monumental”?

P. V. Yo no me considero nada, porque el día en que me considere algo voy a estar encasillado en ese algo.

G. C. Como director y profesor de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, ¿ha pensado en crear un nuevo concepto de enseñanza artística?

P. V. Dediqué 18 años a dar clases en Bellas Artes. Renuncié y dije que nunca más iba a enseñar. Pero mi hijo, que estudiaba su primer año de arquitectura en la UNPHU, y sus compañeros, me hacían tantas preguntas que acababa dándoles clases de expresión. Como necesitaban un profesor, acepté.

La arquitectura no es solo un arte: es un gran arte. Hay que convencer a los estudiantes de que son creadores de algo sublime, que organiza la vida mediante el espacio y la forma. Pero aquello se convirtió en una escuela de urbanismo, y dejó de tener validez la arquitectura como arte. Yo sigo creyendo que debe formarse a los estudiantes como creadores.

Queremos hacer arte dominicano. Tenemos artistas, pero no tenemos arte dominicano. No sé cómo se hacen los artistas, pero sí sé dónde deben nutrirse, qué influencias deben tener para dar una respuesta auténtica. Porque el arte, cuando es buen arte, es auténtico.

Siempre pongo el ejemplo de Juan Luis Guerra. Si él, que se empapó de todo lo que se hacía en música en el mundo, hubiese salido tocando valses o polcas, no hubiese tenido éxito. Tuvo éxito porque todo ese conocimiento lo aplicó a expresar su sentir. Eso es lo que yo quiero hacer en arte.

G. C. ¿Cómo se puede crear un arte dominicano, como existe un arte haitiano?

P. V. El pueblo haitiano es pobre, pero tiene una gran historia, personalidad y orgullo. Tiene un arte que se identifica. Nosotros no. ¿Cómo se logra eso? Sé cómo, pero no sé exactamente de qué manera. Hay que nutrirse de lo nuestro. No ir a Nueva York, sino al Lago Enriquillo. A todos esos sitios. El artista da una respuesta a su experiencia: una respuesta que trata de ser bella.

G. C. ¿Tiene usted una definición de arte?

Hay muchas, pero me gusta una mía: el arte es espíritu concretizado. Espíritu concretizado en forma (escultura), en color (pintura), en sonido (música), en espacio (arquitectura).

Es algo del espíritu, intangible. Ahí está la gran cosa: no hay una fórmula para hacer arte. Todo gran artista es autodidacta. Lo que ha aprendido es el resultado de sus equivocaciones.

Picasso decía: “para dibujar hay que aprender a desdibujar perfectamente”. Y Miguel Ángel: “para hacer escultura hay que aprender anatomía, y luego olvidarse de ella”.

El arte, para ser arte, tiene que ser verdad. ¿Cómo vamos a hacer arte si copiamos a los americanos o a los franceses? Estamos pendientes de las revistas que nos llegan para copiarlas descaradamente. Los jóvenes creen que solo ellos tienen acceso a libros y revistas. Esa fiebre también la tuvimos nosotros, con la diferencia de que entonces aquí no llegaba información de afuera. Teníamos que cocinar nuestras habichuelas con nuestra candela y con todo lo nuestro.

Conocer más del artista: www.antonioprats-ventos.com.do

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