Rescate de un mural de Prats Ventós

En conmemoración del centenario del nacimiento de Antonio Prats Ventós (1924–2024), retomamos este artículo publicado originalmente en la edición 61 de Arquitexto (abril de 2008), dedicado al rescate de uno de sus murales. Más allá del gesto de conservación patrimonial, este texto nos recuerda la relevancia del maestro Prats Ventós en el desarrollo del arte moderno en República Dominicana, así como la vigencia de su legado material y espiritual.

La exposición itinerante «Literaturas del Exilio”, presentada entre diciembre de 2007 y enero de 2008 en el Museo de Arte Moderno, mostraba la influencia de los refugiados españoles de 1939 en la cultura de toda Latinoamérica. Un capítulo aparte se dedicó al caso de la República Dominicana bajo la dictadura de Trujillo. La sala estaba presidida por una gran fotografía de la escultura de Antonio Prats Ventós (El bosque, 1979): cuarenta piezas labradas en madera de sabina, instaladas en medio del paisaje dominicano, junto a la playa de Juan Dolio.

Los museógrafos no pudieron escoger mejor representante para presidir la sala. El maestro Prats Ventós, español de origen, llegó a la isla en 1940, a los 14 años de edad. Hijastro del artista gráfico Shum (Alfonso Vila), creció en un entorno profundamente artístico: su abuelo, su padre y su tío eran escultores; su madre, pintora. Se enorgullecía de haber llegado como refugiado junto a artistas e intelectuales españoles, y fue en República Dominicana donde desarrolló una carrera extraordinaria.

Los críticos de arte y sus biógrafos coinciden en destacar que, aunque recibió sus primeras enseñanzas de grandes artistas exiliados, Prats Ventós desarrolló una obra netamente dominicana. Ganó numerosos premios en bienales y concursos, fue profesor de escultura en la Escuela Nacional de Bellas Artes entre 1950 y 1958, y más tarde profesor de expresión artística y director de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña.

Participó en múltiples exposiciones dentro y fuera del país. Como escultor, pintor y poeta ocasional, tuvo una participación intensa en la vida artística dominicana. El carácter monumental de sus obras y el sorprendente dominio de los materiales hablan de su maestría. Aunque inició su carrera con la figuración, se destacó sobre todo en el arte abstracto.

Entre sus obras monumentales más conocidas figuran: el altar mayor de la Basílica de Nuestra Señora de La Altagracia en Higüey; el relieve de la oficina principal de la Compañía Dominicana de Teléfonos (hoy Claro-Codetel) en Santiago; y en Santo Domingo, los relieves de los restaurantes Vesubio I y II, la Casa España y la Plaza La Trinitaria. Sus obras forman parte de museos, hoteles, universidades, iglesias, jardines y colecciones privadas en todo el país. Utilizó materiales diversos: bronce, madera, mármol, piedra, vaciados en cemento, metales, entre otros.

Consciente del valor patrimonial de su legado, la Compañía Dominicana de Teléfonos (Codetel) restauró y trasladó un mural del maestro Prats Ventós ubicado en una vivienda de su propiedad. El mural, de unos cuatro metros de largo, estaba originalmente en la fachada de la residencia Vidal-Clements, en la avenida 27 de Febrero, casi esquina Abraham Lincoln. Posiblemente realizado entre 1965 y 1967, consistía en una serie de vaciados de hormigón simple, coloreados y de formas geométricas, aplicados directamente sobre la pared.

Codetel había adquirido el inmueble para fines de capacitación de su personal, pero años más tarde decidió demoler la vivienda para construir un moderno centro de atención al cliente. Antes de la demolición, la empresa tomó la decisión de preservar el mural y trasladarlo al piso ejecutivo de su sede principal.

Para ello, se contrató al arquitecto Gamal Michelén, quien trabajó junto al artista plástico y restaurador de arte Arturo Salazar (de origen cubano). El proceso incluyó un levantamiento detallado del mural mediante planos y fotografías. Se enumeraron todas las piezas y se investigaron obras similares del artista. Luego, las piezas se desmontaron una a una, sin incidentes, y se restauraron individualmente.

La reinstalación se realizó sobre una base de contrachapado (plywood) adherida con pegamento epóxico, tras realizar múltiples pruebas de resistencia. El mural fue dividido en ocho secciones para evitar roturas durante su traslado al cuarto piso de la sede. Allí se armó sobre el piso frente al muro definitivo, y cada pieza fue colocada en su lugar exacto. Las más pesadas fueron ancladas con varillas corrugadas y fijadas con epóxico.

El color del muro de fondo resultó ideal para destacar el mural, al igual que el entorno arquitectónico. Según el arquitecto Michelén, no solo se protegió la integridad física de la obra, sino que su valor estético se potenció en el nuevo espacio.

Uno de los aspectos más notables del mural restaurado es la viveza de su pigmentación, que contrasta con otras obras similares del artista, como la de la residencia Casasnovas-Giudicelli, ubicada en la avenida México. Los restauradores se guiaron por las capas cromáticas no expuestas a las inclemencias del tiempo para devolver el color original a las piezas.

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