Las mariposas, metáforas perfectas de la resurrección y la metamorfosis, aletearon con fuerza en nuestro país en el año 2014. Dos hechos importantes sacaron de la crisálida del olvido a estos insectos que los biólogos llaman lepidópteros: la puesta en circulación del libro Transformación: Ciclo de vida de las mariposas de la Española, de Eladio Fernández y otros, y el regalo de la Fundación Jardín de las Mariposas a la ciudad y al pueblo dominicano de un jardín y casa de mariposas, ubicado en el Jardín Botánico Nacional.
Jardín y casa de las mariposas
Esta instalación consta de tres partes: el jardín, el mariposario y un pabellón de apoyo.
El jardín. El jardín nos da la bienvenida con altos rectángulos de bambú que sirven de apoyo a varias especies de enredaderas y a través de los cuales se pasa. El camino serpenteante, ajardinado a cada lado, nos conduce al mariposario y al pabellón de apoyo. En este jardín vuelan libres las mariposas. Está diseñado y mantenido para que sus plantas sean alimento de las mariposas, tanto en su etapa de larva u oruga como adulta. Tal como nos explica Kevin Guerrero, el entomólogo del mariposario, “es necesario para atraer las mariposas que el alimento para las orugas y para los adultos esté cerca y disponible”. Cada especie de mariposa tiene plantas específicas que le sirven de forraje a sus orugas.
Continúa Guerrero explicando que “el jardín es la finca de donde se cosechan los huevos de las mariposas, cada especie en su planta favorita; estos huevos deben ser recolectados para evitar que las hormigas y otros depredadores se los coman. Los huevos son criados en el laboratorio de reproducción en cajas plásticas. A las orugas se les provee su planta favorita de forraje en suficiente cantidad para su óptimo desarrollo”.
Una vez que la orugas se transforman en crisálida, se llevan al mariposario para que nazcan. Una parte de las crisálidas se devuelve al entorno para evitar mermar las poblaciones naturales.
El mariposario. Un área de 340 metros cuadrados delimitada por una estructura metálica de doble altura y cubierta de tela de sombra o sarán, con un estanque, bancos y floridos jardines, es el lugar donde se concentran decenas de mariposas. Es aquí donde se traen las crisálidas o pupas criadas en el laboratorio.
La cantidad de mariposas y las especies varían según la época del año, esto nos motivará a visitar el mariposario en diversos momentos.
Un cartelón nos dice qué especies estamos viendo. Podremos admirar la famosa mariposa monarca (en peligro de extinción), símbolo del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y que en Norteamérica migra desde Canadá hasta México. La mariposa cebra, amarilla y negra, tiene un vuelo reposado que jamás nos llevaría a pensar que esta especie posee una vida sexual agitada en la cual los machos hacen guardia frente a las crisálidas que nacerán hembras y, sin aun haber dejado el capullo, las copulan en un perfecto acoso o violación; debido a este acoso, algunas hembras mueren. Varios platos con frutas y néctar ayudan a variar la dieta de las mariposas.
El pabellón de apoyo. Era necesario un edificio donde se cobrara la entrada, se alojara la tienda de recuerdos, un laboratorio para las cajas donde las orugas se crían e instalaciones básicas como baños para el público. La fundación le pide a los arquitectos Emilio Olivo y Rosa Julián que diseñen un ente arquitectónico que se sienta dominicano, que se integre al paisaje de la manera más artesanal posible y que interprete el genius loci del mariposario y todo su entorno.
La insuperable respuesta de Olivo y Julián comienza con los materiales: bambú usado como estructura y cierre, cana en la cubierta y pisos de cemento pulido y agregados vistos.
El edificio tiene un área de 200 metros cuadrados y cuenta con un techo abovedado de forma hexagonal alargada techado con cana peinada y un gran tragaluz revestido de plástico de invernadero y sarán para moderar la luz. Este techo está sostenido por 14 columnas y cada columna está formada por cuatro varas de bambú guadua (Guadua angustifolia) unidas con pernos y tuercas. El guadua, nativo de América Central y del Sur, está considerado una de las especie de bambú más resistentes. Las vigas del cascarón son de bambú stenostachya (Bambusa stenostachya), que puede ser curvado con fuego. El corte, manejo y curado de las varas de bambú fue realizado por un equipo de Coopbambú dirigido por Fausto de Jesús Fernández. Los cierres y tabiques son de bambú makinoi (Phyllostachys makinoi).
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