La pobreza física de uno de los poderosos componentes del fundacional Santo Domingo, se evidencia en uno de sus detalles eclesiales. Sus templos religiosos tienen muy pocos campanarios, aunque abundan las espadañas… Las escasas torres cuadradas para albergar campanas contrastan con la abundante muestra de paredes ahuecadas desde las que cuelgan las campanas para el rigor ritual en las ermitas, capillas y templos de mayor jerarquía, incluso basilicales.
Por lo usual, las espadañas son de ladrillos, pero las hay de piedra, mientras que las torres campanarios, siempre son, por lo común de piedras robustas y de gran tamaño, careadas para su aglomeración y compactación coherente como base del equilibrio que deben aportar en la estabilidad estructural de la masa anexa a la edificación que compone el conjunto del templo.
Nuestro heredado perfil de una arquitectura religiosa, comprometida con el proceso de conquista ibérico, denuncia con pruebas, esa pobreza ancestral cuando se ven los templos careciendo (en su mayoría) de campanarios, pero donde abundan las espadañas, de menores proporciones, tamaño, significación semiótica y tímidas características de diseño y construcción… Los ejemplos sobran. Recorrer la zona histórica y monumental de la Ciudad Primada, mirando esos detalles, bastaría para entenderlos como signos de un pasado de carestías de recursos, aunque así no lo aparente o no nos lo hayan querido decir…