El artículo explora el concepto del arte sagrado como una expresión de la conexión entre lo terrenal y lo divino. Desde el arte paleocristiano hasta figuras como Gaudí, Miguel Ángel y Bach, se destaca cómo estas obras han buscado interpretar y entender a Dios. El arte sagrado no solo es una expresión artística, sino también una forma de conectar con lo divino más allá de la fe.
El arquitecto Antonio Gaudi -conocido como el arquitecto De Dios-, afirmaba que «la belleza es el resplandor de la verdad”. La verdad, para muchos, no es más que la relación que existe entre lo que se dice, lo que se piensa y lo que se hace. Y aunque esta definición en esencia es correcta, para otros, específicamente para aquellos que buscan a Dios, la verdad no es más que Él mismo, plasmado tal y como es, siendo y haciendo todo a la perfección. Bajo este argumento, existe un lugar intangible en el que este Dios -cuya esencia y naturaleza son bellas en sí misma- y la humanidad se encuentran, y en torno al que se ha desarrollado todo un universo que tiene como objetivo fundamental explicarnos quién ha de ser Él para nosotros, y al mismo tiempo, resaltar todo lo que para el ser humano representa Dios: el arte sagrado.
“Éste es aquel arte cuyo deber y obligación, en virtud de su mismo nombre, es el de contribuir en la mejor manera posible al decoro de la casa de Dios y promover la piedad de los que se reúnen en el templo para asistir a los Divinos Oficios e implorar los dones celestiales.” (Instrucción para la Sagrada Congregación del Santo Oficio, 30 de junio de 1952)
Esta definición resalta el propósito fundamental del arte sacro: contribuir al decoro de los lugares de culto y fomentar la devoción religiosa entre los fieles. Para muchos, el arte sagrado constituye un punto de encuentro entre lo terrenal y lo divino, una especie de traducción de lo que siente el alma del que se encuentra con ese ser superior que lo mueve a buscar la perfección: es la comunión entre el Cielo y la tierra, entre lo visible y lo invisible.
Desde el Arte Paleocristiano, cuyas primeras manifestaciones se remontan a los sarcófagos del siglo IV, pasando por cuantos períodos del arte hemos podido estudiar, hasta el esplendor del Renacimiento, en el que figuras como Da Vinci, Miguel Ángel y Rafael (por mencionar los más conocidos) dejaron su huella en majestuosas iglesias con obras maestras que reflejaban la riqueza espiritual de la época, el ser humano ha buscado la manera de conectar con Dios, de entenderle y de interpretarle. Y aun en nuestros días estas piezas, en su mayoría atemporales, siguen siendo motivo de regocijo para quienes se encuentran con ellas.
El arte sacro se manifiesta en todas las modalidades conocidas: música, poesía, escultura, pintura, artes decorativas y, por supuesto, en la arquitectura, donde se crean espacios como contenedores donde acoger a la mayoría de ellas. Cientos y cientos son los hombres y mujeres que han dedicado su vida a la expresión artística que tiene como musa única e inspiración perpetua las «verdades eternas».
Un gran ejemplo es Gaudí, que con su teoría de que “su cliente no tenía tiempo” legó una de las obras de arquitectura más emblemáticas de todos los tiempos: la Sagrada Familia (iniciada en 1882 en Barcelona y aún sin concluir). Entre muchos detalles complejos y llenos de significados, se destacan en su exterior imágenes religiosas para que, creyentes y no creyentes, tengan acceso a las cuestiones de la fe.
Entre muchos otros artistas influidos por un gran sentimiento religioso se destacan: Miguel Ángel con sus tres Pietás (la vaticana, la florentina y la inconclusa de Rondanini) y la espectacular bóveda de la Capilla Sixtina; Murillo, gran exponente del barroco español, con sus numerosas representaciones de la Inmaculada Concepción y pinturas explicativas de las realidades del Cielo; Lope de Vega y su interminable lista de poemas y sonetos a Jesucristo y a la Santísima Virgen María; y santa Teresa de Jesús, la primera escritora en redactar una autobiografía en idioma romance. Asimismo, compositores como Giuseppe Verdi y Bach han representado con sus corcheas y semifusas: la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Y como si todas estas grandes obras no fueran suficientes, es justo reconocer a un vasto número de orfebres y virtuosos artesanos que dedican sus trabajos, aún en nuestros días y casi de forma exclusiva, a la realización de todo tipo de complementos decorativos en metales preciosos, tallas de madera y enseres para vestir a la Virgen y otras figuras en hermosas procesiones, como las de Sevilla.
Pero el arte sagrado no es sólo la expresión del artista hacia Dios, sino que estas expresiones guardan en sí misma la capacidad de conectar con Dios a quienes por fe, participan de experiencias alrededor de estas. A través de los siglos, el arte sagrado ha sido una especie de “evangelio gráfico”, plasmado de modo que todos puedan acceder a él: más allá de la fe. Por coincidencia o por mera curiosidad, las huellas dejadas por aquellos artistas que han elegido la divinidad como tema de sus obras, ofrecen la oportunidad de encontrar en cada trazo, en cada piedra, en cada acorde o palabra “algo más” que muchos no sabrán explicar.