La primera fase del programa de revitalización del centro histórico de Santo Domingo fue ejecutada entre los años 2012 y 2017 con el financiamiento del BID, y logró transformar calles y espacios públicos, modernizar infraestructuras y potenciar el turismo en la Ciudad Colonial. Aunque hubo retos y controversias, el proyecto sentó las bases para su segunda fase, centrada en la conservación del patrimonio, en la infraestructura y en el fortalecimiento del entorno cultural y urbano, con el objetivo de consolidar la zona como un destino turístico y residencial de calidad.
En el largo y continuo proceso de rediseño de los criterios de rescate del centro histórico de Santo Domingo, la sociedad ha esperado pacientemente la planificación, las actuaciones y las labores constructivas que amplíen la segunda etapa de un proyecto que se inició hace una década. La experiencia de la primera etapa, con sus aciertos y sus debilidades, ha servido para llevar a cabo importantes reflexiones. Por ejemplo, la reconversión de las calles priorizadas en paseos amplios sin obstáculos físicos, las pequeñas inserciones de vegetación y el uso de materiales tradicionales en sustitución del asfalto han revitalizado la imagen de una parte de la ciudad que merecía atención especial.
Tras esa escena que promueve el uso del espacio público, el programa incluyó una intervención profunda debajo de la superficie para colocar nuevos sistemas de drenaje pluvial y sanitario, canales para la distribución de redes de electricidad, datos y telefonía que tratan de garantizar un mejor sistema en beneficio de los habitantes de la zona histórica.
El esfuerzo multisectorial para desarrollar esa primera etapa fue financiado por el préstamo BID DR-L1035 para el Programa del Fomento al Turismo Ciudad Colonial de Santo Domingo, firmado el 12 de octubre de 2011 por un monto de 30 millones de dólares. La ejecución de la primera fase comenzó en junio 2012 y concluyó en junio 2017. El desarrollo de esta fase estuvo acompañado de momentos tensos en los que hubo percances que incidieron en el tiempo y en los criterios a aplicar.
Como es previsible en este tipo de intervenciones urbanas, se recibieron quejas y hubo oposiciones puntuales en las cuales la ciudadanía se expresó con fuerza para proteger sus intereses. Una propuesta tan amplia como la desarrollada en la Ciudad Colonial afectó a sus usuarios habituales y provocó cambios en la percepción del territorio histórico.
Al pasar balance desde una posición más bien general, esa primera etapa dejó ciertas marcas positivo-negativas en cuanto a la satisfacción de los ciudadanos por su manera de imponer los cambios. Si bien es cierto que el programa cumplió con dar a conocer e informar sobre sus componentes, en la ejecución afectó a comerciantes, residentes y visitantes debido al tiempo prolongado y a los efectos colaterales. En medio de la intervención, la sociedad reaccionó de distintas maneras ante hechos inesperados que probablemente pudieron evitarse o reducirse (caída de inmuebles, un accidente en el sistema de alta tensión de energía pública que dejó sin servicio varias veces a la zona, situaciones inesperadas en aspectos técnicos de tuberías y empalmes, así como inclemencias climáticas que causaron daños y retrasos). También lo hizo ante el proyecto de intervención para las ruinas de San Francisco, que alteró los ánimos y creó un quiebre en la relación programa-sociedad hasta ese momento manejada con cierto equilibrio. El proyecto de las ruinas fue finalmente descartado, no sin antes enfrentar sectores y provocar discursos politizados que ensombrecieron el panorama de la ejecución del programa.
Además de esos aspectos, el inicio de las excavaciones en las calles puso en evidencia la debilidad del estudio y acompañamiento arqueológico, en un momento único para hacer investigaciones profundas sobre el subsuelo de la ciudad como primer asentamiento urbano de inicios del siglo XVI. Dada la premura por ejecutar el programa, la arqueología jugó un papel muy débil para levantar datos que fueron obviados en la ejecución. Tanto en ese punto como en la caída de la fachada del antiguo Hotel Francés y el proyecto presentado para intervenir las ruinas de San Francisco, el ICOMOS dominicano emitió resoluciones en las que establecía sus consideraciones para un mejor desarrollo del programa. Al ICOMOS dominicano se sumaron otros organismos vinculados al sector cultural y profesional, lo que provocó un ambiente delicado para las autoridades, que se sentían comprometidas en lograr una buena acogida de su labor en aras de mostrar capacidades y de impulsar la seguridad del organismo financiador para una segunda etapa del programa.
Las dificultades de ejecución del programa fueron parte de un abordaje que no tenía antecedentes en el centro histórico en su dimensión urbana. Se trataba de una propuesta de amplio alcance en cuanto a la redefinición de la zona monumental en aras de una oferta turística apoyada en insumos culturales, entendida como estrategia para posicionar a la Ciudad Colonial como destino turístico. El programa tenía varios componentes en los que se trataba de integrar aspectos comunitarios, uso de suelo, vialidad, espacios públicos, intervención de fachadas, infraestructura y otros, junto con diversos estudios que arrojaron unos datos que antes estaban dispersos o se suponían válidos sin su debida comprobación.
Trabajar en el rescate de un centro histórico requiere esfuerzos extraordinarios y, en el caso de Santo Domingo, se trató de dirigir la imagen decadente acumulada en las últimas décadas —en las que el recuerdo de su dinamismo comercial y cultural se había debilitado, entre otras razones, por el enorme crecimiento de la ciudad en su conjunto— hacia una nueva realidad. Esta traslación desde lo existente hacia nuevos estadios siempre deja marcas profundas en la población que se resiste a los cambios y, en ese punto, las autoridades —probablemente sin ser una actitud programada— pudieron haber incidido mucho más en la armonización de intereses y en que un público más amplio aceptara el programa.
Sin embargo, el tiempo limitado con que se cuenta para la ejecución de trabajos de este tipo impide dedicar más espacio a las discusiones previas y a las revisiones durante el desarrollo del programa. Es probable que primara la voluntad de convencer con los hechos: concluir con el proceso y evaluar sus efectos, a la espera de que la población recibiera el esfuerzo como positivo y de que provocara cambios de actitud en la adaptación a nuevos usos. Es una decisión técnica y política.
La conclusión de la primera fase del programa emitió mensajes que han servido para revisar esos resultados. En principio, se rediseñó la imagen de las calles priorizadas (Isabel la Católica y Arzobispo Meriño hasta Restauración, en sentido norte-sur, y los tramos perpendiculares a ellas: Restauración, Emiliano Tejera, Luperón, Padre Billini y Arzobispo Portes) con pavimentos combinados de adoquines de hormigón, adoquines industriales tipo ladrillo y piedra caliza, acompañados de puntos arborizados, luminarias, mobiliario urbano, bolardos de tubos metálicos y bolardos bajos de hormigón, así como con la reducción del área de rodamiento de los vehículos para ampliar las aceras. En paralelo, se rescataron fachadas de inmuebles particulares para reducir la imagen de deterioro que ofrecía la zona histórica e inducir la inversión privada a restaurar inmuebles.
En resumen, se ejecutaron los componentes físicos del programa y se preparó una nueva solicitud al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para la ampliación del préstamo que permitiera ejecutar la segunda fase. En declaraciones del señor Miguel Coronado, representante del BID en la República Dominicana al momento de firmarse la ampliación del contrato el 30 de abril de 2019, “los efectos positivos del primer proyecto: el número de turistas extranjeros aumentó de 410,000 en 2010 a 682,000 en 2017; la ocupación hotelera subió del 55% en 2014 al 74% en 2016; el gasto diario del turista se incrementó de 88 dólares en 2019 a 138 dólares en 2017, por encima de la media nacional; la revitalización de la Ciudad Colonial catalizó una inversión del sector privado de más de 100 millones de dólares y el número de cruceros que llega a Santo Domingo aumentó significativamente en los últimos cinco años”.[1] Ante estas perspectivas, se aprobó un fondo de 90 millones de dólares para la segunda fase, la cual se encuentra en ejecución en este momento.
Las declaraciones del representante del BID tenían como objetivo mostrar la cara positiva del programa desde la óptica de la evaluación de los efectos económicos de la primera fase, clave para confiar en la ejecución de la fase siguiente. Más allá de estos aspectos técnicos imprescindibles, habría que contar con los datos de sus efectos en la población y en los usuarios permanentes del centro histórico a raíz de su ejecución. Hay varias preguntas válidas: ¿ha mejorado la calidad de vida de los residentes?, ¿ha aumentado la habitabilidad en la zona y, de ser así, de qué manera?, ¿ha mejorado la seguridad ciudadana?, ¿se han mejorado los servicios municipales, el manejo de desechos, la responsabilidad ante el medioambiente y la conducta cívica?, ¿se ha activado el comercio al detalle y la oferta de productos dirigidos a la población residente?, ¿ha aumentado la inversión particular en el rescate de inmuebles?, ¿cómo ha incidido la reducción de las áreas de estacionamiento internas o periféricas en los visitantes, empleados y residentes en el centro histórico?, ¿se han incrementado las ofertas de ocio, culturales y tradicionales?
En tiempos de discursos de alianzas público-privadas y de reconversiones de alta rentabilidad, la Ciudad Colonial tiene su propia lectura y de ella se promueven las acciones. Esas acciones pueden generar preocupaciones ante la próxima reconversión del centro histórico en territorio dominado por el gran capital, tan necesario como amenazante si se concentra en modelos de desarrollo que induzcan a la gentrificación y a otros significados. Es por esta razón que las autoridades deben jugar el rol que les corresponde para normar en garantía de la habitabilidad, la vecindad y el sostenimiento de las tradiciones centenarias en la ciudad, además de la conservación de las relaciones comerciales y culturales de menor escala.
Con estas preocupaciones y la experiencia de la primera fase, el centro histórico se encuentra ahora en obras de la segunda etapa, con intervención de un número mayor de calles priorizadas, rediseño de espacios públicos, peatonalización de ciertas vías, intervención en edificios monumentales, inclusión de proyectos para la zona norte de la Ciudad Colonial (entre las calles Las Mercedes y José Joaquín Pérez, paralelas a la antigua muralla norte), iluminación, seguridad ciudadana y otras propuestas que complementan el programa. A diferencia de la primera fase, al programa del BID-MITUR se han sumado otras instituciones gubernamentales que han invertido en proyectos de rescate de monumentos y en la actualización del contenido cultural de los museos y centros culturales que, en conjunto, han aportado una vitalidad al largo proceso de rescate de la Ciudad Colonial comenzado en 1967. Cabe mencionar al Ministerio de la Vivienda, Hábitat y Edificaciones (Mivhed), al Comité Ejecutor de Infraestructuras de Zonas Turísticas (Ceiztur) del propio Ministerio de Turismo (Mitur) y a intervenciones específicas del sector privado y el Ministerio de Cultura.
Genera mucha expectativa esa interacción institucional porque señala un ambiente de colaboración hacia un mismo objetivo: aumentar la oferta cultural en el entorno. A la experiencia de la museología del Museo de las Atarazanas Reales (MAR) realizado en la primera fase, se suman nuevos nodos culturales públicos tales como el Museo de la Catedral y el Museo de la Fortaleza de Santo Domingo, ambos en uso, así como el Museo Virreinal Alcázar de Colón y el Museo de las Casas Reales, actualmente en renovación. Otros museos públicos también están siendo revisados en esta segunda fase.
El sector privado se ha sumado a la oferta cultural con la próxima incorporación del Centro Cultural Taíno Casa del Cordón, auspiciado por el Grupo Popular y el Centro León en la antigua casa de Hernán Cortés. Otros puntos culturales privados se sumarán más adelante y se espera una dinamización importante del ambiente del centro histórico con los programas de animación, ocio, gastronomía y otros que desarrollará la dualidad público-privada.
En este ambiente de ejecución de obras, la ciudad histórica está atenta mientras se generan expectativas ante unos resultados que se postulan como positivos. Las molestias por el cierre de calles que alteran la movilización normal son motivo de desaliento para los residentes y visitantes, pero esto se olvidará cuando se finalice el programa con un resultado que debería ser beneficioso. Quizá el proyecto más esperado en cuanto a la inversión en el rescate de las vías es el que corresponde a la calle El Conde, que incluye la plaza Colón. Conocedores de su protagonismo dentro del conjunto espacial y la vialidad de la zona histórica, el rescate de El Conde aportaría un dinamismo propio y la convertiría nuevamente en el nervio principal de todo el conjunto urbano. Se trata de la colección de arquitectura de diferentes épocas más importante de la ciudad, no solo como memoria de su existencia desde principios del siglo XVI sino también por su papel fundamental en el comercio, la sociedad y la arquitectura durante el siglo XX, de tanta influencia en la cultura urbana. No en vano ha sido siempre motivo de evocación, además de su interpretación en la cultura popular, en la música, en la literatura y en el arte.
En comparación con la primera fase, se han usado otros materiales en el pavimento de las calles más antiguas. En la calle Las Damas, por ejemplo, se ha utilizado el adoquín rojo de hormigón tipo ladrillo que marca el carácter histórico de su primacía dentro de la ciudad, además de ofrecer un color menos reflectante que el gris de los adoquines y el blancuzco de la piedra caliza de las aceras de las otras calles. Sin embargo, a pesar de que probablemente rigió un criterio de coherencia histórica, el programa bien pudo incluir algunas áreas arborizadas para minimizar el efecto de isla de calor que ahora se produce, además de proporcionar una perspectiva urbana equilibrada entre la materialidad de las fachadas, el suelo y el verde de la vegetación. El ejemplo de la calle Arzobispo Meriño pudo haber sido tomado en cuenta.
Surgen otras observaciones en la medida en que los usuarios descubren las características de esta segunda fase. Se advierte la ampliación de andenes y la sustitución de los bolardos verticales por bolas a ras de suelo combinadas con los topes triangulares ya usados. También hay ciertos cambios de las rasantes de las vías, algo que en la etapa anterior no se contempló.
Más allá de los cambios de la imagen de las vías, ha surgido una nueva preocupación entre los residentes: se trata de las inundaciones de que ha sido víctima la zona histórica, tan ajena a estos efectos desde tiempos inmemorables. La ciudadanía ha manifestado su preocupación ante esa nueva realidad en cuanto a si existe una relación directa entre los nuevos trabajos de infraestructura pluvial de las calles y el incremento de la pluviometría provocada por el cambio climático. Este elemento es de alto interés para garantizar la seguridad de sus residentes y futuros inversionistas, por lo cual deberá ser considerado con el rigor esperado.
Uno de los problemas más preocupantes para fomentar en el centro histórico las inversiones privadas en el rescate de inmuebles para adaptarlos a nuevos usos es el modelo de tramitación y aprobación de proyectos. Las quejas abundan. La experiencia actual se caracteriza por la ineficiencia, así como por la ausencia de espacios de consulta entre los usuarios, los profesionales de la conservación y los técnicos de las agencias públicas, a partir de la cual se vinculen las ideas preliminares con la propuesta final.
Existe, además, una dualidad de competencias entre la Dirección Nacional de Patrimonio Monumental, adscrita al Ministerio de Cultura, y la Dirección de Patrimonio Cultural y Centro Histórico, del Ayuntamiento del Distrito Nacional. La primera de las dos es de alcance nacional y fue creada mediante ley, es la primera ventanilla para depositar los proyectos de intervención en los inmuebles históricos; la segunda, más reciente, es de alcance local y fue creada por resolución municipal, es un segundo paso para recibir la autorización final. Las constantes discrepancias entre ambas instituciones y el largo proceso para otorgar los permisos correspondientes (además del vacío de información continua del proceso más evidente en la agencia municipal) desestimula la inversión y fomenta actuaciones al margen de las normas.
Los ejemplos son numerosos y agotan la paciencia de los inversionistas, quienes deciden alejarse del centro histórico en busca de mejores espacios para sus proyectos inmobiliarios. Una cosa es la visión global y otra es la actuación pragmática que beneficie la regularización, fomente buenos proyectos y contribuya al rescate integral de la zona monumental. Este punto, tan sensible como trascendente, espera cambios extraordinarios para mejorar la relación entre el centro histórico, los inversionistas, los profesionales y la comunidad.
Mientras tanto, el programa se ejecuta de acuerdo con su propio calendario y se espera que finalice en dos años. Además de la conclusión de sus componentes, el logro será incentivar la inserción de la Ciudad Colonial en los proyectos de ocio, de inversión, de nueva residencia permanente y de ejemplo de zona de calidad ambiental y de mejor vida para visitantes, usuarios regulares y residentes. La inversión del préstamo y las de los sectores públicos y privados deberán orientarse a conseguir un mejor territorio con calidad en la experiencia y motivo de orgullo para los dominicanos.
[1] Ministerio de Hacienda de la República Dominicana. (10 de agosto de 2023). «[El] Gobierno ejecutará segunda etapa del Proyecto de Revitalización Ciudad Colonial», https://www.hacienda.gob.do/gobierno-ejecutara-segunda-etapa-del-proyecto-de-revitalizacion-ciudad-colonial/.