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En diciembre del año pasado murió el arquitecto Oscar Niemeyer (1907-2012), un brasileño nada común: genio, poeta y pensador multidisciplinario, contestatario, confeso comunista y ateo, amante de las mujeres y último superviviente de los grandes maestros de la arquitectura del siglo XX; sin dudas, uno de los personajes más influyentes de la arquitectura moderna internacional. Hoy el autor se pregunta: ¿qué recordaremos de Niemeyer?
Antes de que se cumpla un año de la muerte del eterno Oscar Niemeyer, el submundo de la autoproclamada intelectualidad arquitectónica no debe estar muy seguro de cómo lo recordará: si por su longevidad, por sus genialidades arquitectónicas, o si, obviando ambas, podrá aventurar reflexiones sobre sus sutilezas contestatarias para representar formas evocativas relacionándolas con texturas disímiles, como fue el caso de los dos templos católicos que construyó (a pesar de ser un practicante confeso del comunismo y ateo irremediable).
Su persistencia casi obsesiva por integrar la naturaleza al todo edificado fue tenaz. Hacer un lago en Pampulha o ampliar el de Brasilia fue uno de los tantos aspectos con que enfatizaba dichas integraciones. El verde de las envolventes terrenales aportaba el resto. Por eso dejó perplejos a los que compitieron en el concurso convocado para hacer Brasilia en 1956.
Hoy habría que preguntar qué gestos recordaremos del Maestro aquel. ¿Su arte, su longevidad o sus irreverencias…?