Durante el siglo XX, las estructuras hiperbólicas jugaron un papel fundamental en la búsqueda de la nueva espacialidad y expresión formal que caracterizó al movimiento moderno. Esta tendencia fue explorada en todo su esplendor por Félix Candela y tuvo su influencia en la arquitectura dominicana realizada durante los años sesenta y setenta por una generación de arquitectos que regresaron al país tras haber terminado sus estudios en el extranjero. Los datos levantados para este artículo son el resultado de recorridos y consultas realizadas a muchos de estos protagonistas de la historia de nuestra arquitectura.
El principio fundamental del paraboloide hiperbólico o hypar (acrónimo en inglés) se basa en la generación de una superficie reglada, formada por el desplazamiento de una línea sobre dos líneas opuestas que se cruzan en el espacio, o variando el ángulo de inclinación de una recta que se mueve encima de otra curva. En arquitectura, esta técnica ha sido utilizada por arquitectos e ingenieros para realizar cubiertas de doble curvatura y durante el siglo XX jugó un papel fundamental, sobretodo en la corriente formalista del movimiento moderno.
Aunque Le Corbusier, Kenzo Tange, Kisho Kurokawa, Frei Otto y muchos otros arquitectos modernistas experimentaron con este tipo de estructuras, podemos afirmar que Félix Candela fue uno de los que mejor las comprendió y utilizó.
Desde un punto de vista espacial, el uso del hypar ofrece la posibilidad de liberar los espacios interiores disminuyendo la cantidad de apoyos verticales y al mismo tiempo agrega un interesante valor estético en las cubiertas. Una de las primeras manifestaciones de una arquitectura neoexpresionista en la República Dominicana –y con un tímido manejo de los paraboloides hiperbólicos– es el diseño de los franceses André Dunoyer de Segonzac y Pierre Dupré para la basílica de Higüey,1 realizado a finales de los cuarenta. En la entrada frontal del atrio que abraza la llegada a la basílica, una pasarela parabólica techada nos recuerda el gesto de Bernini en la plaza San Pedro del Vaticano. Esta obra funge como predecesora de una tendencia (desde un punto de vista formal y experimental) que surgiría en el panorama local diez años más tarde.
Las influencias estructuralistas de Pier Luigi Nervi, las cáscaras de Félix Candela y la exuberante expresión formal de Oscar Niemeyer estimularon decididamente a una parte de esta generación motivada por la búsqueda de innovar y experimentar con un nuevo lenguaje
Una de las estructuras parabólicas más populares de nuestra ciudad es el pabellón localizado en la Plaza de la Cultura, justo detrás del Museo de Arte Moderno, donde durante un tiempo estuvo el Restaurante Maniquí.
Paraboloides en regiones del interior
Ha sido una agradable sorpresa el hecho de que durante mi investigación encontré interesantísimas obras realizadas con paraboloides en la región del Cibao, específicamente en Santiago, Moca, La Vega y Puerto Plata, y en el este, en La Romana y El Seibo.
En la ciudad de La Vega, a partir de 1968 el ingeniero Cesar Arturo Abréu2 y el arquitecto Pedro Gamundi, justo cuando regresaron de terminar sus estudios en Estados Unidos y España, respectivamente, estaban motivados a trabajar con formas, fórmulas y modelos estructurales de libros provenientes de Estados Unidos, los cuales incluía cáscaras y láminas de hormigón con múltiples posibilidades de experimentación.
A pesar de que el país no contaba con la tecnología requerida para hacer este tipo de estructuras, estos arquitectos se arriesgaban a hacerlas con los recursos que tuvieran a su alcance y cada proyecto era un reto constructivo.
Al final, este tipo de arquitectura no trascendió, precisamente por su dificultad constructiva y por los elevados costos de realización. Para ese entonces era la gran novedad, un lenguaje que se puso de moda, en la que un determinado grupo de arquitectos, ávidos de experimentar, se sintieron entusiasmados con estas posturas, pero al final se desgastó3 y rápidamente desaparecieron los proyectos de este tipo. De todas maneras, muchas de estas edificaciones siguen en pie; esto destaca el gran mérito de esa generación que –interesada en explorar una arquitectura escultórica, expresionista, y con una nueva concepción espacial, estética y plástica– forjó el camino hacia una arquitectura ejemplar para las nuevas generaciones.