Aproximaciones para una antropología del espacio doméstico

La relación entre el cuerpo móvil e inmóvil y el espacio está marcada, según Collin (1994), por sistemas de desplazamiento cotidiano que se articulan en función de la experiencia subjetiva del individuo. Por lo tanto, cada persona aborda y se apropia del espacio a partir de su contexto social único y personal.

La vivienda como espacio doméstico está definida en el diccionario de la Real Academia Española como “lugar cerrado y cubierto construido para ser habitado por personas”. La convivencia de un grupo de personas dentro de un espacio delimitado implica necesariamente una serie de intercambios que mediante su ritualización establecerán una serie de dinámicas que marcarán jerarquías, nociones de poder, costumbres, tradiciones y reglas, algunas explícitas y otras no. Dicho de otro modo, constituirán una cultura asociada y definida, en parte, por ese espacio, lo que conlleva el desarrollo de códigos de comportamiento, construcción de símbolos e imaginarios ligados a espacios específicos: no se actúa en la casa de la misma forma que en el trabajo, en la iglesia o en un bar, por ejemplo.

Las interacciones entre grupos y su relación con el entorno moldean diferentes categorías de interpretación del mundo que se articulan dentro de sistemas complejos de estructuras sociales y culturales que constantemente retroalimentan al individuo y a su vez son retroalimentadas por él. Se trata de procesos de intercambios activos de información que se perpetúan en el tiempo a través de generaciones y reafirman o reconfiguran tanto el imaginario como el comportamiento del individuo y del colectivo.

Las primeras formas de estructuras destinadas a la vivienda fueron cuevas naturales que permitieron la supervivencia del hombre brindando protección de adversidades ambientales y depredadores. En la Grecia Antigua, el oiko era la vivienda en la que la mujer debía confinarse y satisfacer las necesidades del hombre asumiendo deberes específicos relacionados con ese espacio y con el fin último de engendrar al menos un varón. Por otro lado, el espacio doméstico era considerado indecoroso para la presencia del hombre, de quien se esperaba que hiciera vida en el ágora, en tanto centro de la vida social, cultural y política (Jiménez Arteaga, 2014). El hogar de la Francia burguesa del siglo XIX mantenía una rigurosa distinción de los espacios, ejemplificada en el uso de salones como el boudoir para las mujeres y el fumoir para los hombres (Novas, 2014).

A partir de estos ejemplos se evidencia que históricamente ha existido una clara diferenciación en la asignación de los espacios y las prácticas sociales según el género, que no es más que una categoría social basada en características diferenciadas y asociadas al sexo biológico.

La artesanía del barro, 1978. W. García

Desde la antropología, diversos autores han hablado sobre la importancia del espacio como categoría de estudio, ya que los acercamientos científicos de las realidades humanas se hacen en función de una espacialidad: la aldea, el barrio, la vivienda, el área cultural, etc. Por lo tanto, los procesos de construcción del conocimiento antropológico deben reconocerse como prácticas espaciales (Serge y Salcedo, 2008).

La vivienda se constituye como unidad física que simboliza una separación entre lo público y lo privado, lo propio y lo ajeno, lo interior y lo exterior. Sin embargo, el interior de esta estructura está subdividido en espacios delimitados por paredes que establecen fronteras físicas y simbólicas entre los ambientes con funciones específicas y que también entran dentro la dinámica de lo público y lo privado: los espacios públicos dentro de la vivienda son la sala, el recibidor, la galería, el comedor, ya que son espacios en los que las personas del exterior son recibidas y agasajadas dentro del hogar, a diferencia de las habitaciones, oficinas y baños interiores, que son para uso de las personas que habitan la casa y representan el espacio íntimo, y también la cocina, el área de lavado o la habitación de servicio, que constituyen, además, áreas de trabajo.

Antes de profundizar en esta parte, es importante señalar que la oposición simbólica de lo público y lo privado se articula en la distribución del trabajo basada en el género, que a su vez implican la utilización y apropiación de una serie de herramientas, recursos, espacios, tiempos (Soto Villagrán, 2003; Novas, 2014). Tradicionalmente, el hombre en tanto proveedor debe buscar el sustento del hogar en el exterior; la mujer está asociada a la casa en tanto ámbito privado, entonces se encuentra que el espacio doméstico está frecuentemente feminizado, ya que es el espacio cultural e históricamente designado para ellas: la mujer es a la que se le asignan los deberes relacionados con la administración de la casa, su decoración, la distribución de espacios, establecer buenas prácticas para el cuidado del espacio físico e incluso velar por la buena convivencia de los miembros de la familia. No es extraño que en una casa de familia, el esposo, y, con frecuencia, los hijos varones, no sepan donde están ciertos objetos o desconozcan los procesos de gestión del hogar.

Este paradigma fue cuestionado de manera contundente durante la revolución industrial, cuando por primera vez y de forma masiva las mujeres dejaron los hogares para integrarse a la fuerza laboral, lo que implicó una serie de renegociaciones de roles cuyo gran escenario fue el espacio público que hasta el momento había estado dominado primordialmente por hombres. Fue un momento de importantes manifestaciones como las de las obreras de las fábricas textiles de Petrogrado o las sufragistas de Estados Unidos, que redundaron en importantes conquistas para el sector femenino.

Desde el feminismo, diversas autoras se han referido a la cuestión de cómo los estereotipos de género minimizan o invisibilizan a la mujer en la concepción del espacio y cómo a partir de estas ideas se refuerzan los roles tradicionales de género. Se denuncia que las áreas tradicionalmente asignadas en la casa para las mujeres suelen ser incómodas o poco funcionales: cocinas o áreas de lavado pequeñas, oscuras o mal distribuidas en relación con otros espacios de la casa como son la sala o el recibidor. Un ejemplo claro es el de las habitaciones de servicio que, además de ser pequeñas, ocupan la parte trasera de la vivienda, generalmente cerca del área de lavado, y que a veces terminan siendo parte habitación, parte depósito.

La idea de lo privado dentro del ámbito doméstico es algo que debe analizarse con detenimiento. Como se ha mencionado, en la vivienda se delimita lo público y lo privado, aunque existen también espacios semipúblicos como el recibidor, el estar familiar y el baño de visita. La mujer no suele tener un espacio privado que le permita un descanso individual, un reencuentro personal o un momento lúdico, las áreas de actuación son compartidas (habitación que comparte con el esposo, estar familiar, terraza) o son áreas de trabajo donde se hacen cosas para otros (cocina, área de lavado) (Collins, 1994; Novas, 2014). A esto se añade que las actividades de gestión del hogar se suelen hacer para complacer a otros, especialmente al esposo. Esto último es muy importante ya que las mujeres utilizan el estado de conservación del hogar como un indicador de su valor como amas de casa que se traduce en valor de mujer. La gestión del hogar es una tarea para la que se las entrena desde muy temprana edad y que otras mujeres, especialmente de la familia, se encargan de fiscalizar, incluso más que el propio marido.

Son muy excepcionales los casos, especialmente en países en desarrollo, en los que los individuos tienen la posibilidad de concebir sus propios espacios de manera que sean funcionales a sus necesidades particulares. Las implicaciones de la ambientación doméstica pueden ser conciliadoras, además de estéticas y funcionales. Todo depende de las posibilidades que brinda la estructura en cuanto a su dimensión y configuración. La introducción de ciertos elementos puede mitigar los efectos de un ambiente que de otra forma sería aislante (la clase media se destaca en estas reconfiguraciones). Por ejemplo, un pequeño comedor dentro de una cocina cerrada puede convertir ese espacio en un punto de reunión familiar que invite a compartir las tareas mientras se conversa. La cocina puede verse en el mundo contemporáneo de la clase media como un espacio de renegociación de roles (Cruz, 2015), ya que las actividades diarias que allí se realizan se hacen para todos.

Es importante medir la valoración social del espacio en contextos socioculturales distintos a los de la clase media, como lo es el de la clase popular y rural dominicana, donde las estructuras físicas de la vivienda no son suficientes para establecer límites claros entre lo público y lo privado. Se dan casos en donde no existe una división del espacio, en los que la sala, el comedor, la cocina y las habitaciones se encuentran en un mismo ambiente y por lo tanto las actividades cotidianas se hacen a la luz de todos. Especialmente en las condiciones urbanas de hacinamiento, los vecinos entran y salen sin restricción de los espacios que se suponen privados, esto también es un indicador del tipo de relaciones sociales que se establecen en estos ambientes.

LA EVOLUCIÓN DEL ESPACIO DOMÉSTICO

Aunque a primera vista sea difícil determinar si una estructura está diseñada por un arquitecto o arquitecta, es posible ver que la forma de concebir el espacio habla de una visión patriarcal y falocéntrica de las relaciones humanas y la convivencia que invisibiliza a la mujer desde su género y desconoce su humanidad. Sin embargo, aunque es necesaria la consideración de la presencia del cuerpo femenino en el contexto del espacio, la noción de la división del mundo en cuanto a hombre y mujer se mantiene dentro de la estructura heteronormativa que aún es palpable en los imaginarios sociales y culturales. La inclusión del colectivo LGTBI+ en la reflexión puede contribuir a lograr espacios no discriminantes que no refuercen estereotipos marginalizantes. Históricamente, este colectivo ha aportado a la arquitectura y al diseño otras visiones estrechamente relacionadas a la naturaleza y a la existencia del hombre en armonía con esta (Fuertes, 2017), con importantes precursores, como Eileen Gray (1878-1976), una de las primeras mujeres reconocidas internacionalmente en la actividad del diseño industrial.

LOS ESPACIOS DE LA VIVIENDA SE HAN TRANSFORMADO

Por todo esto, es importante el abordaje interdisciplinario de las ciencias sociales a la hora de abordar los problemas humanos y crear espacios ajustados a la realidad de cada individuo y colectivo atendiendo la habitabilidad, la convivencia y la sana relación con el entorno.

Ada Yadira Lora
Psicóloga por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, master en Antropología Aplicada, Salud y Desarrollo Comunitario por la Universidad de Salamanca, especializada en gestión del patrimonio arqueológico. Ha participado en diversos congresos internacionales sobre salud sexual femenina, identidad, desarrollo y descolonización, siendo el más reciente el 56 Congreso Internacional de Americanistas (Salamanca, 2018). Actualmente forma parte del equipo de Cultura del Centro Cultural Eduardo León Jimenes. Docente de los departamentos de Estudios Generales, Humanidades, Español para Extranjeros y el TEP en la PUCMM.

Bibliografía

Ariès, P., Duby G. (ed.) (1991), Historia de la vida privada. La Alta Edad Media. II. Paris, Taurus Ediciones.
Collin, F. (1994), “Espacio doméstico, espacio público, vida privada”, en Ciudad y Mujer [en línea]. Seminario permanente Ciudad y Mujer, disponible en:
<http://www.derechoshumanos.unlp.edu.ar/assets/files/documentos/espacio-domestico-espacio-publico-vida-privada.pdf> [acceso el 18 de diciembre de 2018].
Cruz, B., (2015), “Nuevas formas de apropiación simbólica del espacio doméstico y clase media en la Ciudad de México”, en Alteridades [en línea]. No. 49, ene-jun 2015, Universidad Motolinía del Pedregal, disponible en: <https://alteridades.izt.uam.mx/index.php/Alte/article/view/787/738>.
Jiménez Arteaga, C., (2014), Género y espacio doméstico en la Grecia clásica: Reflexiones en torno a la (in) visibilidad femenina. Trabajo de grado. Barcelona, Universitat Pompeu Fabra.
Novas, M. (2014), Arquitectura y género. Una reflexión teórica. Trabajo de fin de master. Castellón de la Plana, Universitat Jaume I.
Serge, M., Salcedo, A., (2008), “Antropología y etnografía del espacio y el paisaje”, en Revista Antípoda [en línea] No. 7, julio, 2008, disponible en:<https://revistas.uniandes.edu.co/doi/10.7440/antipoda7.2008.01> [acceso el 5 de diciembre de 2018].
Soto Villagrán, P. (2003), “Sobre género y espacio: una aproximación teórica”, en GénEros, [en línea]. No. 31, Universidad de Colima, disponible en: <http://revistasacademicas.ucol.mx/index.php/generos/article/view/1036/pdf>.

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