Hacia la domesticidad desde el género. Casa, hogar, vivienda, domesticidad

La observación de la diferencia de géneros está en el origen de todo pensamiento, poniendo de manifiesto una dominación ancestral de lo masculino sobre lo femenino. Históricamente, como comenta Elisabeth Roudinesco, la evolución del dominio del hombre se ha producido por tres vías: controlando, sentimentalizando e ideologizando la sexualidad. Dentro de este marco biológico y simbólico se han ido produciendo las transformaciones de la casa ligadas a la institución familiar. A las necesidades fisiológicas a satisfacer en el espacio doméstico ligadas al cuidado del cuerpo se fueron incorporando progresivamente otras demandas de seguridad, afecto y pertenencia.

A partir del siglo XVII, cuando se inicia en Europa la transición de la casa pública feudal a la casa particular familiar, la stimmung (en alemán, atmósfera) entendida como una sensación de intimidad asociada a la habitación y sus elementos hace que el hogar vaya sustituyendo a la casa definida solamente como propiedad, e incluya otros aspectos “afectivos” ligados al género. El hogar se convierte en un lugar de ambigüedad y paradojas (Rechavi, 2009): para él, será el refugio de las ansiedades externas, el reposo del guerrero de la producción, el símbolo de poder; para ella, será la aceptación de su rol de madre, esposa, prostituta y proletaria de forma voluntaria a través de un contrato social: el matrimonio. Poco a poco, este hogar se contagia de funcionalismo. La vivienda es tanto el lugar que proclama eficiencia y propiedad, como el ámbito que define el estilo de vida (modus vivendi) y un derecho fundamental desde 1966. La idea de la vivienda eficiente formulada por las ingenieras domésticas se produce en un momento en el que, por primera vez en la historia, como dice Dolores Hayden, el ideal utópico de una civilización se basa en la casa, y no en la ciudad o en la nación. Lamentablemente, una casa resumida por los arquitectos como tipología residencial y una batería de problemas objetivos que resolver de espaldas a las usuarias dentro de una aparente neutralidad ideológica.

A finales del siglo XX, cuando muchas mujeres salen de sus hogares para ubicarse en universidades, oficinas y lugares públicos, la introducción del tiempo en el espacio desborda los límites espaciales y destruye definitivamente el perímetro del hogar y todas sus fundamentaciones. El mundo occidental asiste a un cambio profundo de formas de individualización y socialización con comportamientos que, enmarcados en valores individualistas, se resumen en el rechazo de toda coerción y en la ampliación de elecciones posibles.

La domesticidad aparece en el siglo XXI, tras las revoluciones de género y de la información, como término asociado a la temporalidad de distintas formas de vida en las que el género es una variable mutable, que habitan espacios que no están tipológicamente definidos y cuyo referente ya no es la familia. La cotidianidad supera la arquitectura y la casa se convierte en un instrumento de crítica: la domesticidad es ahora un concepto que escapa a los marcos ortodoxos independientes establecidos por la arquitectura, la sociología, la antropología, la economía e incluso la filosofía (Klinenberg, 2012).

Muchachas en portal de Baní, 1982. W. García

La revolución de género

Históricamente, al construir su hogar cada mujer se ha construido a sí misma una prisión carente de instrumentos para desarrollar otras actividades que no sean el cuidado del espacio doméstico y sus habitantes desarrollado desde la soledad. En el contexto de la casa, la arquitectura ha sido cómplice con el poder dominante; el espacio y el tiempo impuestos a las mujeres estuvieron limitados con el rol que les fue otorgado (el de estar al servicio de los demás) en una normatividad doméstica que no fue destruida hasta el año 1972 en la exposición Womanhouse, en la que la crítica feminista denunció la arquitectura como sujeto político de subrogación (Molina Vázquez, 2014).

La casa tiene una condición intrínsecamente política: “sucede que, a pesar de esa vinculación de la mujer al hogar, los espacios, a excepción de la cocina, se vinculan más a las necesidades y actividades de las otras personas que a las suyas propias” (Del Valle, 1997). Un rol que a lo largo de la historia ha evolucionado del mismo modo que lo ha hecho la distribución de la vivienda, dentro de una jerarquización espacial que incide en cómo el valor y el reconocimiento no dependen de su uso, sino de quién y cómo lo usan (Cevedio, 2004) y provoca una estricta separación de espacios servidos o servidores, la prominencia de los salones en oposición a otras estancias, la existencia de dormitorios principales y secundarios, el número de cuartos, el frecuente menosprecio y sacrificio de espacios dedicados a los trabajos de cuidados como los derivados del ciclo del lavado y el almacenaje, etc.

La crítica feminista del siglo XX reivindica, ya desde el período del feminismo materialista, la reconceptualización de los espacios de las casas. Esta reconceptualización, sin embargo, pasa por la reformulación de las jerarquías económicas y de poder en torno a las cuales se ha construido el concepto de hogar. La revolución de género pasa de hecho por definir todo el trabajo de cuidado que siempre se ha dado por sentado y obvio, como un trabajo fundamental para la conservación de la producción económica. Este trabajo, definido como reproductivo (en el sentido que reproduce el capital), finalmente libera a la figura femenina de las jerarquías de poder establecidas en el hogar, ubicándola como una figura que siempre ha estado activa en la producción de capital. Siempre necesaria para mantener intactas las jerarquías de poder, la mujer adquiere conciencia y poder de negociación para cambiar su condición. La idea de vivienda comienza a desmoronarse sin una figura de tiempo completo para mantenerla eficiente.
Si la casa es la celda que perpetua los roles, la no casa es la posibilidad de elegir el rol: sin materia, carente de orden temporal y donde el espacio estable está ausente. En la actualidad, la vivienda ya no es una unidad espacial, sino temporal.

El tiempo doméstico

Desaparecida la casa como institución, fuera de la dualidad hombre-mujer, la vivienda se significa como densificación del trayecto cotidiano, como tiempo específico de una domesticidad expandida y aumentada. La casa será cualquier lugar, cada espacio y cada tiempo donde se reencuentre un sujeto libre y múltiple, igualitario y real (Coderch, 2011).

Sin embargo, la mayoría de las normativas arquitectónicas y urbanas se basan solo en estrategias espaciales (Delaney, 2010; Blomey, 2001). La producción actual de vivienda y ciudad se lleva a cabo de acuerdo con una legislación que contempla eminentemente la redistribución del espacio como solución a los problemas sociales, reduciendo el hábitat humano al área que ocupa. Dejar la variable “tiempo” fuera de las normativas y de los procesos arquitectónicos implica una pérdida de complejidad (Mawani, 2014; Massey, 1992) que conduce a la producción de entornos limitados e inhóspitos.

Vivimos en el espacio de ayer una vida de ciencia ficción (Amann, 2005). Este conflicto lleva a la producción de viviendas “fuera de tiempo”, espacios que no conciben la variable temporal en los usos y en la manera en que las personas interactúan con la arquitectura. Desde la revolución digital, la distancia ya no es la gran barrera para los humanos (Bauman, 2007; Castells, 2006), ya que ahora se corresponde con un tiempo infinitesimal necesario para conectar personas en puntos opuestos del planeta. Los smartphones, las tablets, los portátiles, los smartwatches o las gafas inteligentes permiten conectar espacios distantes al mismo tiempo, en tiempo real.

Las rutinas diarias se modifican y, consecuentemente, también las acciones y los espacios necesarios. La distinción entre el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio, fundamento de la ciudad hasta ahora, se disuelve a favor de un entorno con límites borrosos y usos híbridos. La contemporaneidad altera las dualidades tradicionales —día-noche, de adentro hacia afuera, privado-público, trabajo-ocio, hombre-mujer— para crear un solo entorno multiplicado que trasciende los antiguos límites físicos y comienza a contaminar los espacios convencionales, un entorno que requiere una producción arquitectónica consciente y responsable que atienda las nuevas emergencias que no entiende de zonificaciones, sino de comunidades, barrios y contenedores.

El nuevo tiempo doméstico es a la vez público y privado, material y virtual, local y global, en un mercado laboral de 24 horas de actividad que reconfigura la acción arquitectónica más allá de sus fronteras convencionales. El tiempo de la ciudad es el tiempo de una domesticidad que se expande mediante acciones antes confinadas en el hogar realizadas por la mujer y ahora repartidas entre todos. A su vez, el tiempo público se introduce en la casa a través de tecnologías móviles y conectadas.

La domesticidad expandida

La salida de cada mujer de la casa-prisión deja al descubierto todas aquellas acciones que fueron invisibles durante siglos. Si la primera solución en el mundo occidental pasa por incorporar “otras mujeres” de “otros países” que sustituyen al ama de casa, progresivamente esta situación está siendo insostenible socialmente al crear unas cadenas de cuidados desprotegidas, precarias y con ciertos rasgos de esclavitud. Tal y como denuncia M. A. Durán, el cuidado siempre se presentó como una formidable fuente de recursos invisibles no incorporados al análisis económico micro ni macro. Los paisajes domésticos actuales son el resultado de improvisaciones y oportunidades para dar respuesta a nuevos requerimientos de una sociedad cuyas transformaciones ocurren a tal velocidad que es imposible controlarlas.

Por una parte, la contaminación continua de actividades entre la ciudad y la casa lleva al crecimiento continuo de nuevas comunidades y entornos, de muy diferentes escalas y formatos, que contribuyen a la rehabilitación y a la ocupación de muchos espacios existentes. Por otra parte, los grupos convivenciales liberados del corsé familiar están formados por seres que comparten actividades domésticas dentro y fuera, e intercambian servicios y afectos simultáneamente durante el tiempo deseado, afectando las premisas del urbanismo y de las normativas edificatorias residenciales. Como resultado, cada vez más actividades domésticas migran al contexto urbano; comer, socializar, relajarse, dormir, ir al gimnasio, buscar privacidad son parte de un sistema de relaciones ciudadanas domésticas (Suci Watakanyaka, 2017) que generan una domesticidad expandida en un espacio continuo que tiende a funcionar sin horario durante 24 horas.

La domesticidad aumentada

Y a medida que las personas se vuelven más nómadas, el concepto de su espacio doméstico está cada vez más separado de un lugar fijo. Si la revolución de género ha motivado la expansión de las actividades domésticas por la ciudad, a la vez la tecnología ha introducido en casa el resto del mundo. La revolución digital (Castells, 1999) permite nuevas formas de vivir y comprender la ciudad, que necesitan un cambio radical en la concepción arquitectónica del entorno doméstico y urbano. Entre las aplicaciones que generan micro-domesticidades temporales, surgen las redes sociales. Estas, como Facebook e Instagram, proporcionan grupos virtuales donde se crean vínculos emocionales familiares (Boltery y Gruisin, 2000) por empatías y formas de vida compartidas. Las casas son entonces potencialmente desterritorializadas ya que están perdiendo a la familia en torno a la cual se estructuraban.

La multiplicación de los medios electrónicos personales influye en la estructura física del espacio; la configuración interna de la casa se altera, redefiniendo los usos tradicionales y los espacios domésticos. Disfrutar de los nuevos medios implica una interacción continua y, en consecuencia, mucho tiempo dedicado a ellos, afectando a las piezas del dormitorio, del estar y de cualquier otro recinto de la vivienda donde se pueda desarrollar la individualidad, la identidad y los intereses personales (Livingstone, 2007). Además, con la llegada de las comunidades virtuales, el exterior entra y penetra en la esfera doméstica, borrando el significado burgués del hogar como un refugio de las ansiedades sociales y un lugar puramente privado. En este contexto, Netflix, Tinder, Grindr, WhatsApp o Deliveroo son las nuevas salas de domesticidad aumentada. El espacio material se reduce a la vez que la pantalla se amplía y, en consecuencia, la casa se hace pública.

Por otro lado, las tecnologías emergentes (del Internet de las cosas que conecta las herramientas domesticas con la red hasta el big data que almacena datos para un uso inmediato) que están relacionadas con la ciudad y el hogar, no solo están modificando el entorno personal, sino también el general, afectando incluso al mundo laboral. La disolución de los límites físicos introduce una condición de “trabajo inmaterial” (Aureli, 2015) y una potencial producción omnipresente, que intensifica la destrucción de la dualidad ocio-trabajo.

El trabajo inmaterial, la disolución del lugar de trabajo y del lugar de ocio a través de la incorporación de tecnologías de comunicación ponen el entorno doméstico como el nuevo epicentro del sistema de producción; los hogares se convierten en centros de trabajo y simultáneamente las principales ciudades europeas vacían gradualmente el espacio de oficinas, ilustrando el declive de esta tipología arquitectónica.

En resumen

Desde su terminal, cada persona establece relaciones con el resto del planeta para desarrollar una cotidianidad aumentada que le facilita encontrar su propia identidad. La libertad se instala en la vida cotidiana y la expansión de la diversidad es ilimitada, ¿dejamos de creer en tipologías que verifiquen las igualdades y somos flexibles ante el descubrimiento de las diferencias de los otros? Vivir sola es la constatación del éxito de la revolución de género; el escenario de vivir sola se relaciona con valores de la contemporaneidad: la libertad, el control personal y la realización (Klinenberg, 2012).

Paradójicamente, no existen regulaciones para las nuevas domesticidades, aunque desde la academia insisten en que el envejecimiento de la población, la disminución del número de hijos, el aumento de los divorcios, la diversificación de los grupos temporales de convivencia y el aumento de los hogares unipersonales hacen necesario desarrollar un estudio interdisciplinario de la domesticidad.

Señora con sombrero en interior, 1983. W. García

La otredad ya no causa extrañeza porque todos somos otros, lo virtual es tan real como lo material, la casa es tan pública como la ciudad y el barrio tan doméstico como mi dormitorio, comemos con desconocidos en la calle y colocamos la cama donde estaba la cocina, trabajamos en el cuarto de baño porque la mesa está ocupada por el compañero de piso en coworking con su primo en Japón. Flavio y Atxu estamos rematando este artículo online: desde mi cama y desde un airbnb para este finde. Él irá en Uber al aeropuerto para pillar un vuelo lowcost sin maleta, solo con mochila. No he hecho comida y son las doce, pediré un Deliveroo de comida vegana porque no me da tiempo de acercarme al huerto colectivo.

Sí, lo personal es político y me traslado en bicicleta y vivo con dos perras.
Solo quien es capaz de determinar dónde está parada está en condiciones de diseñar su propio futuro, pero lo cierto es que este artículo afirmativo y optimista se cierra a la vez que una manifestación que inunda las calles de Madrid incluyendo grupos en contra de los otros, de las mujeres, de los toros, de los animales. La domesticidad se expande incluso a las pateras, donde más de 4,500 seres humanos murieron el año pasado en ese viaje a una vida mejor. Ellos son los otros ahora.

Atxu Amann
Doctora arquitecta y técnica urbanista, es profesora de la ETSAM, investigadora principal del grupo de investigación Hypermedia, coordinadora del máster universitario y del programa de doctorado en Comunicación Arquitectónica. Socia del estudio de arquitectura Temperaturas Extremas. Investigadora crítica del género, la comunicación y la domesticidad en arquitectura. Madre de Juan, Jaime, Javier y Josetxu.

Flavio Martella
Arquitecto e ingeniero por la Universidad de Roma Tor Vergata, actualmente doctorando por la ETSAM. Miembro de Hypermedia. Colaborador de proyectos de investigación como POPS, Cabinet of Curiosities y The future starts here, presentados a la IABR2016, la Bienal d’Orleans, y al V&A. Cofundador del grupo de investigación m²ft architects desde donde ha sido galardonado y publicado en varias ocasiones.

Bibliografía

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