Nos gustaría aclarar una serie de cuestiones que se dan por obvias, por sabidas o que han dejado de ser importantes y, sin embargo, son primordiales. Los discursos zapping o patchwork para las ciudades que toman un poco de cada lado, donde todo vale, son un gran error, no todo es igualmente válido. La ciudad es un asunto político, en sentido real de la palabra, ha de ser planteada en interés general y no en interés de unos pocos.
La globalización en cuanto modelo económico productivo no es ajena a las dinámicas duales, de fragmentación y disolución que se ciernen sobre las ciudades y que se han visto especialmente incrementadas durante la última década del siglo XX. El capital global encuentra en la inversión “urbana” una renovada fuente de ganancias. La ciudad es considerada una inversión financiera, olvidando las coordenadas sociales, culturales, geográficas y ecológicas de cada “lugar”. La ciudad y las cuestiones urbanas son asuntos a largo plazo, afectan a la sociedad actual y determinan la del futuro y, en consecuencia, es un asunto político, público y ciudadano. Sobre la ciudad no pueden existir potestades exclusivistas, de acción sesgada y, por lo tanto, dejar que las soluciones urbanas las tome el mercado no hará sino empeorarlas.
Las ciudades democráticas, pensadas para una sociedad más justa, no son de larga data; lo que se presenta hoy como una solución, el mercado y sus propuestas de inversión, no es más que la raíz de los problemas de las ciudades contemporáneas (tal vez no la única, pero una de las más importantes).
Uno de los efectos de la globalización sobre las ciudades es la pérdida de su identidad, la creciente semejanza o las fisonomías clónicas de aquella parte de la ciudad que es exhibida, o sea, los retales de la ciudad escogidos que forman la ciudad global. Ninguna ciudad es global en su totalidad, siempre quedan trozos desechados y segregados. La globalización tiende a homogenizar, a borrar las singularidades urbanas, su historia y su lugar. Las ciudades tienen que ser diferentes y esto es lo que no aceptan los inversionistas globales.
Presiones o desafíos globales para la ciudad del siglo XXI
El discurso de la rápida tecnologización del mundo ha llevado al incremento exponencial de inversiones locales en infraestructuras globales. Generalmente estas inversiones son presentadas como imprescindibles en aras de la modernización y del progreso. Al mismo tiempo se desestiman todo tipo de ayudas a los pequeños y medianos productores, porque, según se argumenta, no sería un juego limpio dentro de las coordenadas del libre mercado. De esta manera se realiza de manera encubierta una ayuda al capital global, impidiendo que los pequeños agentes locales alcancen un mínimo desarrollo quedando fuera de juego.
Por otro lado, esto ha llevado a una competencia fratricida entre ciudades. Se habla de redes —una manera óptima de tejer y conectar los territorios urbanos—, pero no se construyen, sino que cada ciudad intenta superar en ofertas a la de al lado, compitiendo por los mismos sectores. A pesar de las posibilidades de los sistemas de redes para articular los territorios urbanos, continúa siendo cada vez más importante la ciudad central o principal de la región por su oferta cultural, histórica, comercial y de ocio. Ante el desafío de la modernización rápida y veloz, las ciudades necesitan los grandes inversores privados. Pero llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿es esta una necesidad real o ha sido creada por todo un sistema de difusión: libros, televisión, conferencias… donde se nos anuncia el mundo por venir y que perderemos si no actuamos rápido?
Evidentemente no consideran las vidas humanas en su día a día, no consideran las tareas de la reproducción o de los cuidados, sin las cuales no estaríamos vivos. Esta visión tecnocrática, neoliberal, productivista y patriarcal no considera un aspecto fundamental, tal como lo expresa el ecofeminismo; como seres humanos somos ecodependientes, dependemos de un sistema ecológico que es el planeta Tierra, e interdependientes, necesitamos cuidados y como seres sociales dependemos afectivamente de otras personas.
Estamos viviendo una etapa reconocida como Antropoceno porque vivimos en un planeta que ha sido transformado en su totalidad por los impactos de los seres humanos. Aunque estaría mejor definida como Andro-Antropoceno1, ya que se trata de una sociedad piramidal, en la que el macho de la especie ha considerado desde su par animal hasta todos los seres vivos y el mismo planeta dispuestos para su beneficio, como si tuviéramos recursos infinitos, y como si no hubiera más seres vivos.
Los elementos de la ciudad global
Los componentes arquitectónicos de la ciudad global son aquellos construidos como inversiones financieras que transforman nuestras vidas y nuestros espacios en meras mercancías2 y que condicionan nuestras conductas. Son los espacios residenciales que mitifican un pasado nunca existente, los centros de ocio y consumo, y las ciudades empresariales; apoyados los tres en una red de flujos de comunicación que se podrían considerar como el cuarto elemento imprescindible, ya sean autopistas o aeropuertos. Las redes de distancias cortas no tienen mayor importancia, la vida cotidiana real de las personas no es relevante.
El habitar en los barrios o ciudades (privadas) fortificadas provoca un quiebre y retroceso tanto social como urbano, cuyo resultado son la segregación, la dualización y el abandono de la ciudad. El espacio residencial es el de la segregación más evidente, no esconde sus límites, puertas y controles. Se trata de construir entornos limpios del “otro”, que aprovechan los avances tecnológicos y no afrontan ningún compromiso social con sus contemporáneos ni con la ciudad real que ha sido estigmatizada previamente como espacio de la inseguridad (que comienza siendo más imaginaria que real).
La relación que mantienen los enclaves de residencias de clase media y alta con la ciudad se ha ido haciendo cada vez más excluyente. Se abandona y niega la ciudad como espacio de relaciones. Estos enclaves en entornos cada vez más aislados y protegidos tienen razón de ser en cuestiones económicas: los terrenos otrora rurales o abandonados por las industrias e infraestructuras obsoletas y en desuso son de un costo infinitamente inferior al costo del terreno “urbanizado”. Si es que se puede considerar urbanización que en el medio de la nada a partir de un cercado o un muro existan un mínimo de trazado viario y una mínima red de infraestructuras de servicios. El motor especulador se tiñe de un discurso tradicionalista, conservador e irreal de vuelta al verde, las calles tranquilas y la familia nuclear feliz. Como resultante se obtiene un público cautivo para otra serie de “equipamientos”, como los centros comerciales, los centros de ocio y los espacios para el turismo, siempre dependiendo del automóvil; en definitiva, un modelo de vida que conlleva una importante cantidad de gastos ineludibles, generando una esclavitud al trabajo por causas del consumo.3
Este es el segundo elemento de la ciudad global: la recalificación urbana a partir de espacios para el consumo, que son propuestos de manera ambigua y cada vez más predominante como espacios para el tiempo libre, el ocio y el entretenimiento; que se presentan como simulacros del espacio público, que se ha perdido como uno de lo efectos más evidentes del abandono residencial de la ciudad y de los discursos del miedo al “otro”.
Los centros de ocio y consumo aprovechan y transforman antiguos espacios productivos en lugares de consumo, o realizan la simulación de una historia. El ocio queda resumido en mero consumo. La elección de espacios con carga simbólica y memoria otorga a la creación de estos centros un primer beneplácito de la sociedad en que se inscriben, presentados como recuperadores del patrimonio. Esta estrategia los hace inmunes, les otorga una coartada de autoridad moral, especialmente en sociedades que no han sabido mantener ni defender el patrimonio arquitectónico, ante cualquier resquemor que pueda provocar la operación.
Contrariamente a lo que sucede en los espacios residenciales, que han transitado de la ciudad al suburbio, los centros de ocio, de ser espacios autosuficientes y aislados en los suburbios, han pasado a ser elementos consustanciales de la ciudad. Sin embargo, su aislamiento y autosuficiencia siguen intactos, aunque se hayan abierto a la luz y al aire, ya que a pesar de su apertura, siguen impermeables a su entorno inmediato.
El tercer elemento corresponde con la imagen más internacional y tecnológica de las ciudades, la recalificación de grandes áreas centrales en desuso para la instalación de los símbolos corporativos de la globalización. Caso paradigmático del engaño, de la falsedad o de la apropiación de un discurso bien intencionado que defiende la recuperación de características morfológicas de la ciudad. La arquitectura propuesta es de una modernidad contenida, un híbrido tecnológico-histórico, que tiene como resultado espacios generalmente nada innovadores. Los límites con la ciudad real son más difusos, menos obvios, pero se hallan en la diferenciación entre un espacio público y otro, en el cuidado que reciben, en la falta de comunicación con transporte público y en el corte que generalmente se establece en la continuidad con la ciudad real: siempre hay un espacio intermedio que no es de nadie. Una característica común a todas estas operaciones es la ocupación de áreas de costo muy bajo, en valores especulativos que no del medioambiente y de la sociedad, pretendiendo con una intervención parcial revalorizar de manera ficticia y excesiva ese entorno, de manera que hacer ciudad es hacer negocio de especulación, sin enmascarar.
La ciudad global no busca la espacialidad entretejida, por lo tanto, en su representación han desaparecido los espacios para quedar reducida a líneas de comunicación —autopistas— sobre las que se apoyan los objetos arquitectónicos reducidos a marcas o logotipos que suplantan el lugar y el espacio. Cada uno de estos elementos conlleva una cantidad de valores añadidos, de modos de vida divulgados por las publicidades —las hay obvias, pero también sutiles y subliminales— reduciendo el vivir en la ciudad al acceso a una serie de objetos de consumo y no espacios ni arquitecturas.
Desafíos locales para la ciudad del siglo XXI
Si consideramos las realidades locales de cerca veremos que las necesidades globales no lo son tanto a nivel local. La ciudad de los ciudadanos necesita espacios de encuentro y de crecimiento, espacios que hagan referencia a nuestra memoria y a nuestra historia, espacios de aprendizaje mutuo en los que las distintas gentes puedan aprender unas de otras, aprender la convivencia, y a acordar con quienes son diferentes, aprender de las disidencias y confrontaciones.
Es por ello que es imprescindible la construcción entre todos de una ciudad a través de procesos participativos. Se trata de crear unas redes tecnológicas accesibles sin olvidar que los procesos de alfabetización actuales han de incluir el aprendizaje de la utilización de las TIC. Para ello hay que hacer que las redes también sean democráticas y lleguen a todos y no solamente a los puntos rentables del territorio. Las ciudades deben colaborar y formar verdaderas redes, encontrando cada una su lugar en la malla; si un punto falla, la red no sirve.
Todo ello haciendo posible la sostenibilidad. Las ciudades han de ser sostenibles, entendiendo esto como un concepto de amplio espectro, que conjuga lo social, lo económico y lo natural.
“Seguramente, cualquier planeamiento futuro que busque compatibilizar la justicia y la sostenibilidad tendrá que descansar sobre una nueva cultura verde que supere esta desconexión radical entre nuestra devoradora fiesta urbana y las crisis socio-ecológicas […]. La omnipresente obsesión por el crecimiento y la competitividad económica eclipsa constantemente el debate en torno a los fines sociales y ambientales implicados en los proyectos públicos y privados de desarrollo urbano y en las decisiones ciudadanas en general.”4
Las ciudades han de encontrar soluciones para detener el desgaste de la tierra y garantizar la continuidad del planeta y los recursos para las generaciones venideras. Las ciudades son las mayores consumidoras del planeta, por lo tanto, es imprescindible un giro, un cambio en la manera de hacer las ciudades.
Incorporado al concepto de sostenibilidad está el deber de garantizar por parte de las ciudades las diferencias, que no las desigualdades. Por lo tanto, la construcción de ciudades sostenibles también pasa por ser capaces de regenerar las formas urbanas y los significados, creando nuevos paradigmas según las diferentes realidades. Ha de ser sostenible en cuanto a espacio de significación, expresión de la multiplicidad social. Un planeta urbano-ciudadano necesita encontrar los discursos y las formas mediante las cuales los ciudadanos se sientan interpretados y representados.
El desafío incluye la construcción de sociedades verdaderamente igualitarias, basadas en el feminismo, que significa un cambio total de paradigma, que tal como dice la frase asignada a Ángela Davis, “el feminismo es la idea radical de que las mujeres somos personas”. El desafío es construir un espacio sin género ni orden patriarcal, por lo tanto, sin jerarquías; un espacio para visibilizar las diferencias; un espacio de todos y todas en igualdad de valoración de miradas, saberes y experiencias; un espacio que potencie, en definitiva, unas relaciones horizontales.
La experiencia femenina sobre la ciudad construida tiende a una adecuación del entorno construido para mejorar la igualdad de oportunidades en el uso y disfrute de la ciudad. Tiene que ver en una primera aproximación con hacer visible las necesidades de todas las personas, y seres vivos, que no son tenidas en cuenta por el pensamiento dominante. La ciudad se planifica mayoritariamente para un hombre (rol de género y no de sexo) de mediana edad, en plenas condiciones físicas, con trabajo estable y bien remunerado, que le permite tener coche privado y que tiene en casa una esposa que lo aguarda con todo hecho y preparado, que pertenece a minorías privilegiadas. Pensemos, si no, en la proporción de inversión pública ligada a mejoras viarias para vehículos privados (calzadas, autovías, túneles, rondas…) comparada con la inversión en un trasporte público más eficiente, más detallado, que llegue a más puntos y con mayor frecuencia. Los usuarios de vehículos privados son mayoritariamente hombres y corresponde a una parte mínima con respecto al total de la población. Queda claro, por lo tanto, para quién se proyecta la ciudad y el territorio.
Las mujeres, por su vivencia de acompañantes, asignación ligada al género, ponen en evidencia las dificultades y necesidades de otros y otras, plantean una mirada no neutra ni universal. La mujer como madre, cuidadora y nutridora habla por experiencias compartidas: aceras insuficientes para acompañar a alguien que necesita ayuda, para pasar con cochecitos de bebés, sillas de ruedas o carros de la compra; la iluminación de las calles que continúa primando la calzada cuando los coches llevan luz, en detrimento de la iluminación de la acera. Lo vemos, por ejemplo, en la iluminación con farolas tipo de carretera en calles con aceras arboladas que dejan con poca luz el espacio de peatones o iluminación al tresbolillo que deja zonas de contraste lumínico. Los transportes públicos siguen primando los traslados considerados como obligados en los estudios tradicionales de transporte, o sea, aquellos traslados que unen, en horas punta, áreas de residencia a áreas de trabajo y zonas de estudio, sin considerar los traslados —más complejos y, por lo tanto, más difíciles de analizar y responder— de las mujeres, cuyos recorridos no son nunca de punto a punto, sino que son un zigzag en el que se aprovecha el espacio y el tiempo entre actividades para hacer otras actividades complementarias y necesarias. Los recorridos a las escuelas están muchas veces llenos de obstáculos, dificultades y peligros, llegando muchas veces al colmo de una escuela sobre una vía más o menos rápida, con una acera de dos o tres metros.
La penalización del peatón es otra queja, ¿cuánto han de andar los peatones para llegar a un paso de cebra? Sabemos que menos semáforos potencian un tráfico más fluido y, por lo tanto, más rápido. Nuevamente nos preguntamos ¿para quién se piensa esta ciudad?
La seguridad y la percepción de seguridad son muy diferentes entre mujeres y hombres, por ello es importante conocer sus experiencias a la hora de planificar espacios públicos. Usos, límites, transparencias, visibilidad e iluminación son variables a tener en cuenta según la experiencia de mujeres.
La política del tiempo y los horarios es otra complicación.6 Compaginar horarios de colegios, actividades extraescolares y un trabajo en la esfera productiva requiere un gran esfuerzo, cuando no la claudicación de las propias aspiraciones personales y profesionales de las mujeres. Por ejemplo, los comercios de proximidad favorecen este compaginar el tiempo. En cambio, el dominio de los centros comerciales rompe los itinerarios de proximidad y de vida cotidiana de las mujeres. Las mujeres reclaman una ciudad compleja y de proximidad, con buen transporte público y con espacios públicos seguros, que permitan elegir libremente el uso que hacemos de la ciudad.
Ahora bien, si hace más de treinta años que la crítica feminista denuncia el sesgo de las políticas urbanas que priman a los hombres y a la ciudad funcional, desvelando una estructura que no favorece la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, ¿cómo es posible que aún perviva el pensamiento de la ciudad por partes? Nuestra sociedad, alienada por imágenes de consumo, se olvida de ver más allá de la superficie, de la piel. Una imagen vale más que mil palabras y, en este caso, de manera negativa. Un render con falsos edificios y falsos habitantes es una escenografía de discursos vacíos que enmascara la especulación inmobiliaria, a la cual no le interesa el fin del dominio patriarcal.
Se continúa pensando y proyectando la ciudad en paquetes monofuncionales, aunque se hayan cambiado los envoltorios y las razones con que nos son presentadas. Por un lado, tenemos escenografías de casas unifamiliares con jardín, actividades de ocio y diversión para todas y para todos, y por otro se evita el discurso de clase, por lo tanto, de reforma social, que había detrás de las propuestas de la primera mitad del siglo XX.
Solamente una imagen: autopistas; viviendas adosadas, pero también falsos ensanches sin equipamientos educativos, sanitarios, culturales ni tampoco comercio; áreas de naves industriales; y entre ellos, terrenos yermos. Este es el paisaje de la ciudad, a veces llamada ciudad territorio, para disminuir el impacto negativo de decirle no-ciudad o suburbio sin atributos, que se ha estado construyendo sobre el territorio; además del insostenible modelo de crecimiento dependiente del vehículo privado y de las energías no renovables y contaminantes ¿cómo se imaginan las vidas de estos habitantes quienes planifican?, ¿cuántos automóviles hay por vivienda?, ¿cómo se compagina tener hijos y trabajar?, ¿cómo se compagina hacer las tareas domésticas y trabajar en la esfera productiva?… En definitiva, ¿qué vida es posible en este mosaico infinito de fragmentos inconexos? Tal como ha escrito César Naselli, esa fragmentación, desunión y descoordinación del medio ambiente es totalmente negativa: “vivir entre fragmentos y en un lugar que disuelve sus articulaciones estructurales es precisamente vivir en el espacio de la alienación”; cuando lo que sería necesario es “retejer la trama de relaciones humanas y sociales”.7
Todo ello no parece importar a quienes dibujan esos falsos paraísos de las ciudades globales. Ciudades que necesitan mostrarse siempre nuevas, relucientes y divertidas, ser espacios para la diversión y el dolce far niente, en un mundo que pretende esconder y prohibir todas aquellas actividades y personas que no sean decorativas, que pongan en entredicho tal espejismo.
La ciudad tardorracionalista8 no deja de ser una repetición pervertida de la ciudad moderna, que aun podía entenderse bajo un ideal de igualdad universal para todas las clases, aunque su realización haya estado lejos de este ideal. La ciudad por partes, la ciudad de las funciones segregadas, ha degenerado en una ciudad triplemente segregada: por funciones, por clase y por género.
Mientras existan dos esferas de trabajo, uno remunerado, reconocido y visible, y otro no remunerado, no reconocido e invisible, no podremos hablar de un nuevo orden simbólico. En la base de esta división de tareas injusta y no reconocida está el sistema jerárquico patriarcal, sea cual sea el sexo que asuma cada rol de género, aunque en el año 2019 el género femenino sigue desempeñado mayoritariamente por mujeres, lo que queda demostrado por las estadísticas mundiales: las mujeres trabajan más horas y ganan menos dinero. Porque la mayor parte de estas horas están dedicadas a las invisibles tareas de la reproducción, sin las cuales no hay producción. Por lo tanto, un desafío para ciudades más justas y solidarias es la corresponsabilidad social en estas tareas imprescindibles, y para ello una planificación urbana de proximidad es imprescindible.
1 Ver Alicia Puleo, Claves ecofeministas: para rebeldes que aman a la tierra y a los animales, Madrid: Plaza y Valdés editores, 2019.
2 Ver Raquel Rolnik, La guerra de los lugares. La colonización de la tierra y la vivienda en la era de las finanzas, Madrid: Traficantes de sueños, 2018.
3 RITZER, George. Enchanting a Disenchanted World. Revolutioning the Means of Consumption. Thousand Oaks (Ca): Pine Forge Press, 1999. Versión en español: Editorial Ariel, Barcelona, 2000.
4 Hammerstein, David. “De la naturaleza como el Otro de la ecología urbana”, en Girardet, Herbert Creando ciudades sostenibles. Valencia: Ediciones Tilde, 2001.
6 Montaner, Josep Maria, y Muxí Martínez, Zaida, Usos del temps i la ciutat. Ajuntament de Barcelona, Sector d’Educació, Cultura i Benestar, Regidoria d’Usos del Temps. Barcelona, 2011.
7 Naselli, César, De ciudades, formas y paisajes. Arquna Ediciones, Asunción, 1992.
8 Montaner, Josep Maria, y Muxí Martínez, Zaida, Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos. Barcelona: editorial Gustavo Gili, 2011.
Zaida Muxí Martínez
Arquitecta y urbanista (Universidad de Buenos Aires), doctora por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla. Es profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y fue codirectora junto con Josep M. Montaner del máster Laboratorio de la Vivienda del Siglo XXI. Entre 2015 y 2019 fue directora de urbanismo, vivienda, medioambiente, ecología urbana, espacio público, vía pública y civismo de Santa Coloma de Gramenet. Especialista en arquitectura y urbanismo con perspectiva de género y feminista, y autora de varias publicaciones sobre el tema.
Josep María Montaner
Doctor arquitecto y catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. En 2005 obtuvo el Premio Nacional de Urbanismo de España, otorgado por el Ministerio de Vivienda. Desde junio de 2015 trabaja como concejal de vivienda del distrito de Sant Martí, Barcelona. Excodirector del máster del Laboratorio de Vivienda del siglo XXI, ha enseñado en varias universidades e instituciones de Europa, América y Asia, y ha sido curador de diferentes exposiciones. Ha publicado varios libros y escribe para varios medios, incluidos El País y La Vanguardia.
Ver cada artículo
- Hacia la domesticidad desde el género, Atxu Amann y Flavio Martella
- Aproximaciones para una antropología del espacio doméstico, Ada Yadira Lora
- Eternas damnificadas, Ysabel de León
- Vivienda social dominicana: un análisis desde la perspectiva de género, Natalia Ulloa Cáceres
- La arquitectura doméstica de la República Dominicana “on my mind”, E. Álvarez y C. Gómez Alfonso
- La pertenencia al espacio público desde una perspectiva de género, Leyda Brea