A propósito del homenaje póstumo hecho por instituciones profesionales al arquitecto Pablo Morel en la Alianza Francesa, en Santo Domingo, República Dominicana, en abril del 2012.
Prestar la mirada para ver al otro que mira lo que muchos no vemos. Arquitexto recoge algunos destellos de esas miradas de amigos, colaboradores, colegas, críticos y artistas que vieron en Pablo Morel al ser humano sensible, entusiasta, de ideas altruistas, de verbo locuaz y agradable fogosidad que reflejaba sinceridad absoluta.
Pablo fue muchas cosas. Fotógrafo documental a veces, artístico otras, arquitecto, investigador social, urbano y rural, educador y un gran amigo.
Su producción fotográfica, aunque discreta como su personalidad, fue constante, de gran contenido social, místico, arquitectónico y urbano, de una estética intrigante, entre expresionista y abstracta. Así nos lo explica la crítica de arte Marianne de Tolentino: “Al igual que muchos artistas, podía dedicar poco tiempo a ese oficio creativo que sin embargo lo apasionaba: su escritura de la luz cubrió varios temas y aun preocupaciones estéticas, explorando el mundo cotidiano. Encontramos el campo y la ciudad, el aire libre y los espacios interiores, lo sacro y lo profano, el día y la noche, el color y el blanco y negro, la geometría y una suerte de expresionismo lírico, una mayoría de temas nacionales, pero también algunos foráneos”.
Todas las miradas de quienes conocieron a Pablo Morel van mas allá de reconocer sus dotes como artista del lente y arquitecto. En todas subyace algo de mayor trascendencia, su preocupación casi existencial “por la deteriorada sanidad social, buscando construir una sociedad mejor”. Sus fotos hablan de esto, su discurso cotidiano, sus escritos lo reflejaban, su vida fue siempre en esa dirección. Y fue en ese incesante afán por rescatar lo culturalmente nuestro, por clarificar nuestra identidad, investigar y proponer respuestas aun mas allá de nuestras fronteras, que se apagó su vida. La solidaridad, invaluable, tiene su precio. Pagarlo es de valientes”.
Pablo Morel nos dice en su mirada congelada de inquietas imágenes oníricas y estética místicas –como un instante de lucidez efímero y eterno– lo que somos y no vemos.